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Había una norma establecida por la que jamás debían devolverse los golpes durante las comidas, sino que debían remitir el motivo de la disputa a Wendy levantando cortésmente el brazo derecho y diciendo: «Quiero quejarme de Fulanito», pero lo que normalmente ocurría era que se olvidaban de hacerlo o lo hacían demasiado.
-Silencio -gritó Wendy cuando les hubo dicho por enésima vez que no debían hablar todos al mismo tiempo-. ¿Te has bebido ya la calabaza, Presuntuoso, mi amor?
-No del todo, mamá -dijo Presuntuoso, después de mirar una taza imaginaria.
-Ni siquiera ha empezado a beberse la leche -cortó Avispado.
Esto era acusar y Presuntuoso aprovechó la oportunidad. -Quiero quejarme de Avispado -exclamó rápidamente. Pero John había levantado la mano primero.
-¿Sí, John?
-¿Puedo sentarme en la silla de Peter, ya que no está?
-¡John! ¡Sentarte en la silla de papá! -se escandalizó Wendy-. Por supuesto que no.
-No es nuestro padre de verdad -contestó John-. Ni siquiera sabía cómo se comporta un padre hasta que yo se lo enseñé.
Aquello era protestar.
-Queremos quejarnos de John -gritaron los gemelos.
Lelo levantó la mano. Era con tanta diferencia el más humilde de todos, en realidad el único humilde, que Wendy era especialmente cariñosa con él.
-Supongo -dijo Lelo con timidez-, que yo no podría hacer de papá, ¿verdad?
-No, Lelo.
Una vez que Lelo empezaba, lo cual no ocurría muy a menudo, seguía como un tonto.
-Ya que no puedo ser papá -dijo torpemente-, no creo que tú me dejaras ser el bebé, ¿verdad, Michael?
-No, no me da la gana -soltó Michael. Ya estaba en su cesta.
-Ya que no puedo ser el bebé -dijo Lelo, cada vez más torpe-, ¿creéis que podría ser un gemelo?