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formando lagos y pantanos por todas partes.
Guayaquil es una bella ciudad que tendrá como treinta mil habitantes,
posee buenas y grandes iglesias; la Matriz es un hermoso edificio; tiene
teatro, plaza de mercado (que podría mejorarse) y varios otros
establecimientos públicos de importancia. Sus calles son anchas y rectas;
pero sería de desear el establecimiento de una policía que obligase mayor
atención a la limpieza y a la higiene.
Guayaquil posee un excelente malecón; los vapores, en la marea llena,
atracan a él, facilitando así las ocupaciones del comercio. Tiene grandes
y bien surtidos almacenes, tiendas y despachos; y el comercio en cacao,
jebe beneficiado de sus inmediatos montes, cueros, etc., hacen a Guayaquil
una ciudad de gran importancia comercial. La marea, que varía de doce a
diez y seis pies de nivel, la hace punto sobremanera importante para el
oportuno establecimiento de un gran Arsenal y Astillero; no conozco en la
costa del Sur del Pacifico, un puerto que posea iguales ni aun parecidas
ventajas, hallándose además perfectamente resguardado de toda tempestad o
peligro marítimo. Los víveres son abundantes y a precios muy cómodos.
En el río de Guayaquil, surcan vapores pequeños, que sostienen el
comercio de esa ciudad con los pueblos del interior; son iguales en sus
condiciones, excepto el tamaño, con los tan ventajosamente empleados [218]
en la navegación de los ríos de Estados Unidos.
En Mayo de 1868, llegué a Guayaquil, y en alegre comparsa con otros
tres amigos, nos embarcamos en uno de esos vaporcitos, con el objeto de ir
a cazar caimanes al río Yaguachi.