La ruina de Londres (Robert Barr) Libros Clásicos

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Los del siglo XIX no eran tontos, y si bien tengo plena conciencia de que esta afirmación será recibida con desdén, si alguien llega a prestarle alguna atención, quién puede decir que el progreso en la próxima mitad del siglo no llegará a ser tan grande como el de la que acaba de terminar, y que la gente del siglo próximo no nos considerará con el mismo desdén que sentimos nosotros por quienes vivieron cincuenta años atrás.
Por viejo, soy tal vez un rezagado que habita el pasado más que el presente; de todas maneras, me parece que un artículo como el que apareció hace poco en Blackwood, salido de la pluma del talentoso profesor Mowberry, de la Universidad de Oxford, resulta absolutamente inexcusable. Procura, bajo el título de «¿Mereció su suerte la población de Londres?», demostrar que el eclipse simultáneo de millones de seres humanos fue un acontecimiento benéfico y cuyos buenos resultados seguimos disfrutando. Según él, los londinenses eran tan obtusos y estúpidos, tan incapaces de mejorar, estaban tan hundidos en el vicio de hacer dinero por hacerlo, que no cabía más que su extinción total, y la ruina de Londres había sido, en lugar de una catástrofe espantosa, sencillamente una bendición. Sostengo, a pesar de la aprobación unánime con que la prensa recibió este artículo, que tal declaración es inmerecida, y que se puede argumentar en favor del Londres del siglo XIX.
2. Por que Londres, advertida, estaba desprevenida.
La indignación que sentí al leer el artículo de referencia perdura en mí y me ha hecho escribir estas líneas para dar alguna razón de lo que debo seguir considerando, a pesar del escarnio a la era actual, el desastre más terrible que haya alcanzado alguna vez a una parte de la raza humana.

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