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Cada industria había cerrado hoy a mediodía y permanecería así hasta pasado mañana y luego habría bailes en cada parque y fiestas y festines en cada taberna. Los Mundos de la Espada buscaban cualquier motivo para hacer fiesta y la aprovechaban con eficiencia.
- Son nuestro pueblo, Sesar; tienen derecho a pasarlo bien con nosotros. Conozco a todos los Traskon y sé que estarán mirando nuestra fiesta en sus pantallas.
Alzó la mano saludando al vehículo periodístico y cuando giró y alzó un poco de más altura dando la vuelta, volvió a saludar. Luego bajaron por la larga escalera mecánica.
Lady Alvina Karvall era el centro de un grupo de matronas y viudas, en torno a quien las doncellas de mañana revoloteaban como mariposas multicolores. Tomó posesión de su hija y la arrastró al interior del círculo femenino. Vio a Rovard Grauffis, pequeño y taciturno, secuaz de Duke Angus, y a Buró Sardanas, hermano de Lady Alvina. Hablaban y luego un superintendente, su tabardo destellando con la llama amarilla y el martillo negro de las fábricas Karvall, se acercó a su amo con alguna noticia de crisis doméstica y los dos se fueron juntos.
- No conoces al capitán Harkaman, Lucas - dijo Rovard Graulfis -. Desearía que le saludases y bebieras una copa con él. Conozco tu actitud, pero es de buena clase. Personalmente, desearía tener a unos cuantos como él a mi alrededor.
Esta era su principal objeción. Había cada vez menos hombres de aquella clase en los Mundos de la Espada.
II
Una docena de hombres se apiñaban en torno al robot tabernero. Su primo y abogado de la familia, Nikkolay Trask; Lothar Ffayle, el banquero; Alex Gorram, el constructor de navíos y su hijo Basil; Baron Rathmore; más nobles de Wardshaven a quienes conocía sólo de lejos.