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El
procedimiento educativo de la Petra no consistía mas que en dar algún
golpe a Manuel y hacerle leer libros de oraciones.
La Petra creía ver resurgir en el muchacho alguno de los rasgos del
carácter del maquinista, y esto le preocupaba. Quería que Manuel fuese
como ella, humilde con los superiores, respetuoso con los sacerdotes...;
pero, ¡buen sitio era aquél para aprender a respetar nada!
Una mañana, luego de celebrada la solemne ceremonia, en la cual
todas las mujeres de la casa salían al pasillo blandiendo el servicio de
noche, se oyó en el cuarto de doña Violante un estrépito de gritos, lloros,
patadas y vociferaciones.
La patrona, la vizcaína y algunos huéspedes salieron al pasillo a fisgar.
De dentro debieron comprender el espionaje, porque cerraron la puerta
y siguió la riña en voz baja.
Manuel y la sobrina de la patrona se quedaron en el pasillo. Se oían
gimoteos de la Irene y las increpaciones de la Celia y de doña Violante.
Al principio no se entendía bien lo que decían; pero se conoce que las
tres mujeres se olvidaron pronto de la determinación de hablar bajo y las
voces se levantaron iracundas.
-¡Anda! ¡Anda a la Casa de Socorro a que te quiten la hinchazón!
¡Bribona! -decía la Celia.
-¿Y qué? ¿Y qué? -contestaba la Irene-. ¿Qué estoy preñada? Ya lo sé.
¿Y qué?
Doña Violante abrió la puerta del pasillo con furia; Manuel y la chica
de la patrona huyeron, y la vieja salió con una camisa de bayeta