La lucha por la vida II (Pío Baroja) Libros Clásicos

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Al tercer día, entre Bernardo y Manuel retrataron a dos criadas que aparecieron por la fotografía. Roberto reveló los clisés, que por casualidad salieron bien, y siguió acudiendo a casa de su amigo.
Bernardo continuaba haciendo la misma vida de antes de casado, dedicándose a pasear y divertirse. A los pocos días no se presentó a la hora de comer. Tenía una falta de sentido moral absoluta; habla notado que su mujer y Roberto simpatizaban, y pensó que éste, por seguir adelante y hacerle el amor a su mujer, trabajaría en su lugar. Con tal que su padre y él viviesen bien, lo demás no le importaba nada.
Cuando lo comprendió, Roberto se indignó.
-Pero oye, tú -le dijo-. ¿Es que tú crees que yo voy a trabajar por ti mientras tú andas golfeando? Quia, hombre.
-Yo no sirvo para estas porquerías de reactivos -replicó Bernardo, malhumorado-; yo soy un artista.
-Lo que tú eres es un imbécil, que no sirves para nada.
-Bueno, mejor.
-Es indigno. Te has casado con esa muchacha para quitarle los pocos cuartos que tenía. Da asco.
-Si ya sé yo que tú defenderás a mi mujer.
-No, hombre, yo no la defiendo. Ella ha sido también bastante idiota la
pobre para casarse contigo. -¿Eso quiere decir que no quieres venir a trabajar? -Claro que no.
-Pues me tiene sin cuidado. He encontrado un socio industrial. De manera que ya sabes; y a nadie le pido que venga a mi casa.
-Está bien. Adiós.
Dejó Roberto de aparecer por la casa; a los pocos días se presentó el socio, y Bernardo despidió a Manuel.

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