La lucha por la vida II (Pío Baroja) Libros Clásicos

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Yo he lanzado elcataforético Pipot, el pectoral de sampaguita salvaje Álex, la pasta manicura de Chiper, la cataplasma eléctrica de Pirogoff, la harina pépsica de Clarckson, la auditina de Well, el corazón artificial de Tomás y Gil, el emplasto sudorífico de Rocagut, y, sin embargo, se ha hecho el vacío a mi alrededor.
Mingote suponía que Madrid entero se confabulaba contra él para no dejarle prosperar; pero él esperaba el momento bueno en que les daría en la cabeza a sus enemigos.
Sus mayores ilusiones se basaban en sus minas, que, a pesar de ser admirables, no tenía ningún inconveniente en venderlas en lotes de poco dinero. Constantemente llevaba en el bolsillo piedras, envueltas en papeles de periódico, de sus minas de aquí y de allá.
-Ésta -y Mingote mostraba un pedrusco-es de las minas del Suspiro del Moro. ¡Qué muestra! ¿Eh? Es admirable ¿verdad? De hierro... casi puro. Noventa y nueve y medio por ciento de hierro mineralizado. Esta otra es de calamina. Sesenta y ocho por ciento. Hay medio millón de toneladas.
Cuando se le descubría la mentira, no sólo no se incomodaba, sino que se echaba a reír.
La baronesa celebraba con carcajadas los proyectos de Mingote.
-Pero si no tiene usted minas, ¿cómo las va usted a vender? -le preguntaba.
-¡Ah! , no importa-replicaba Mingote-; se inventan; es lo mismo. En seguida que le demos el golpe a don Sergio nos dedicamos a los negocios. Demarcamos una mina; depósito: trescientas, cuatrocientas pesetas, lo que sea; llevamos al terreno minerales de otra parte y en seguida hacemos acciones. «Sociedad Anónima del Coto Prosperidad»; capital: siete millones de pesetas; alquilamos una casa, ponemos una hermosa plancha de cobre con letras en la puerta y un criado con una librea azul; cobramos las acciones, y ya está hecho el negocio.

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