Página 60 de 175
Vio a Joe el Indio, y exclamó:
-Joe, Joe! ¡Tú me prometiste que nunca...!
-¿Es esta navaja de usted? -dijo el sheriff, poniéndosela de pronto delante de los ojos.
Potter se hubiera caído a no sostenerle los demás, ayudándole a sentarse en el suelo. Entonces dijo:
Ya me decía yo que si no volvía aquí y recogía la... -Se estremeció, agitó las manos inertes, con un ademán de vencimiento, y dijo-: Díselo, Joe, díselo todo... ya no sirve callarlo.
Huckleberry y Tom se quedaron mudos y boquiabiertos, mientras el desalmado mentiroso iba soltando serenamente su declaración y esperaban a cada momento que se abriría el cielo y Dios dejaría caer un rayo sobre aquella cabeza, admirándose de ver cómo se retrasaba el golpe. Y cuando hubo terminado y, sin embargo, continuó vivo y entero, su vacilante impulso de romper el juramento y salvar la mísera vida del prisionero se disipó por completo, porque claramente se veía que el infame se había vendido a Satán, y sería fatal entrometerse en cosas pertenecientes a un ser tan poderoso y formidable.
-¿Por qué no te has ido? ¿Para qué necesitabas volver aquí? -preguntó alguien.
-No lo pude remediar..., no lo pude remediar -gimoteó Potter-. Quería escapar, pero parecía que no podía ir a ninguna parte más que aquí.
Joe el Indio repitió su declaración con la misma impasibilidad pocos minutos después, al verificarse la encuesta bajo juramento; y los dos chicos, viendo que los rayos seguían aún sin aparecer, se afirmaron en la creencia de que Joe se había vendido al demonio. Se había convertido para ellos en el objeto más horrendo a interesante que habían visto jamás, y no podían apartar de su cara los fascinados ojos. Resolvieron en su interior vigilarle de noche, con la esperanza de que quizá lograsen atisbar alguna vez a su diabólico dueño y señor.
Joe ayudó a levantar el cuerpo de la víctima y a cargarlo en un carro; y se cuchicheó entre la estremecida multitud... ¡que la herida había sangrado un poco! Los dos muchachos pensaron que aquella feliz circunstancia encaminaría las sospechas hacia donde debían ir; pero sufrieron un desengaño, pues varios de los presentes hicieron notar «que ese Joe estaba a menos de una vara cuando Muff Potter cometió el crimen».
El terrible secreto y el torcedor de la conciencia perturbaron el sueño de Tom por más de una sernana; y una mañana, durante el desayuno, dijo Sid: