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Hal aparece como un personaje travieso y vagabundo, que acompaña a Falstaff, y que burlándose en apariencia, deja deslizar verdades hirientes sobre la realidad del poder político; en la obra de W. Shakespeare: Falstaff.
De repente míster Podgers entró al salón. Cuando vio a lord Arthur se detuvo, y su rostro rudo y redondo se hizo de un verde amarillento. Los ojos de los dos hombres se encontraron, y por un momento permanecieron silenciosos.
-La duquesa ha olvidado uno de sus guantes aquí, lord Arthur, y me ha pedido que se lo lleve -dijo por fin míster Podgers-. ¡Ah, ahí lo veo, en el sofá! Buenas noches.
-Míster Podgers, le pido que conteste inmediatamente a una pregunta que deseo hacerle.
-Será en otra ocasión, lord Arthur, pero la duquesa está impaciente. Creo que debo retirarme.
-No se irá, la duquesa no tiene ninguna prisa.
-A las damas no se las debe hacer esperar, lord Arthur -contestó míster Podgers con su sonrisa desagradable-. El bello sexo es dado a la impaciencia.
Los labios finamente cincelados de lord Arthur hicieron un petulante gesto de desprecio. La pobre duquesa le parecía no tener importancia en aquellos instantes. Cruzó el salón para acercarse al lugar donde míster Podgers permanecía en pie, y extendió su mano.
-Dígame lo que ha visto ahí -dijo-. Dígame la verdad. Debo saberla. No soy un niño.
Los ojos de míster Podgers pestañearon tras sus lentes dorados, y descansaba, ya en un pie, ya en otro, con un aire perplejo, mientras sus dedos jugaban nerviosos con la deslumbrante cadena de su reloj.
-¿Qué le induce a pensar que he visto algo especial en su mano, lord Arthur, que no sea lo que ya le he dicho?
-Sé que es así, e insisto en que me diga lo que es. Le pagaré. Le daré un cheque por cien libras.
Los ojos verdes brillaron por un momento, y después se tornaron sombríos.
-¿Guineas? -preguntó míster Podgers en voz baja.
-Claro. Le enviaré un cheque mañana. ¿A qué club pertenece? -No pertenezco a ninguno. Bueno, es decir, por el momento -y sacando de la bolsa de su chaleco una cartulina con borde dorado, míster Podgers la entregó a lord Arthur, con una profunda inclinación.