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-Naturalmente. Sé que hablaba de alguna cosa interesante cuando he
sido groseramente interrumpido. Odio la grosería y las malas maneras,
porque soy extremadamente sensible. No hay nadie en el mundo tan sensible
como yo, estoy seguro de ello.
-¿Qué es una persona sensible? -preguntó el petardo a la candela
romana.
-Una persona que porque tiene callos pisa siempre los pies a los
demás -respondió la candela en un débil murmullo.
Y el petardo casi estalló de risa.
-¡Perdón! ¿De qué os reís? -preguntó el cohete-. Yo no me río.
-Me río porque soy feliz -replicó el petardo.
-Es un motivo bien egoísta -dijo el cohete con ira-. ¿Qué derecho
tenéis para ser feliz? Debierais pensar en los demás, debierais pensar en
mí. Yo pienso siempre en mí y creo que todo el mundo debería hacer lo
mismo. Eso es lo que se llama simpatía. Es una hermosa virtud y yo la
poseo en alto grado. Suponed, por ejemplo, que me sucediese algún percance
esta noche. ¡Qué desgracia para todo el mundo! El príncipe y la princesa
no podrían ya ser felices: se habría acabado su vida de matrimonio. En
cuanto al rey, creo que no podría soportarlo. Realmente, cuando empiezo a
pensar en la importancia de mi papel, me emociono hasta casi llorar.
-Si queréis agradar a los demás -exclamó la candela romana-, haríais
mejor en manteneros en seco.
-¡Ciertamente! -exclamó la bengala, que no estaba de muy buen humor-,
eso es sencillamente de sentido común.
-¿Creéis que es de sentido común? -replicó el cohete indignado-.
Olvidáis que yo no tengo nada de común y que soy muy distinguido. ¡A fe
mía todo el mundo puede tener sentido común con tal de carecer de
imaginación! Pero yo tengo imaginación, porque nunca veo las cosas como
son. Las veo siempre muy diferentes de lo que son. En cuanto a eso de
mantenerme en seco, es que no hay aquí, con toda seguridad, nadie que sepa
apreciar a fondo un temperamento delicado.