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Le fue concedido inmediatamente, y los tres pasamos por la puerta del palacio entre dos filas de guardias armados y vestidos a usanza muy antigua y con no sé qué en sus rostros, que hizo estremecer mis carnes con un horror que no puedo expresar. Atravesamos varias habitaciones entre servidores de la misma catadura, alineados a un lado y otro, como en el caso anterior, hasta que llegamos a la sala de audiencia, donde, luego de hacer tres profundas cortesías y contestar algunas preguntas generales, nos fue permitido tomar asiento en tres banquillos próximos a la grada inferior del trono de Su Alteza. Comprendía el gobernador el idioma de Balnibarbi, aunque era distinto del de su isla. Me pidió que le diese alguna cuenta de mis viajes, y para demostrarme que sería tratado sin ceremonia mandó retirarse a sus cortesanos moviendo un dedo, a lo cual, con gran asombro mío, se desvanecieron en un instante como las visiones de un sueño cuando nos despiertan de repente. Tardé en volver en mí buen rato, hasta que el gobernador me dio seguridades de que no recibiría daño ninguno; y viendo que mis compañeros, a quienes otras muchas veces había recibido del mismo modo no aparentaban el menor cuidado, empecé a cobrar valor, e hice a Su Alteza un relato somero de mis diferentes aventuras, aunque no sin algún sobresalto ni sin mirar frecuentemente detrás de mí al sitio donde antes había visto aquellos espectros domésticos. Tuve la honra de comer con el gobernador entre una nueva cuadrilla de duendes que nos traían las viandas y nos servían la mesa. Ya en aquella ocasión me sentí menos aterrorizado que por la mañana. Seguí allí hasta la caída de la tarde, pero supliqué humildemente a Su Alteza que me excusara de aceptar su invitación de alojarme en el palacio. Mis dos amigos y yo nos hospedamos en una casa particular de la ciudad próxima, que es la capital de esta pequeña isla, y a la mañana siguiente volvimos a ponernos a las órdenes del gobernador en cumplimiento de lo que se dignó mandarnos.
De este modo continuamos en la isla diez días; las más horas de ellos, con el gobernador, y por la noche en nuestro alojamiento. Pronto me familiaricé con la vista de los espíritus, hasta el punto de que a la tercera o cuarta vez ya no me causabanimpresión ninguna, o, si tenía aún algunos recelos, la curiosidad los superaba.