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de oír, traté de reconstruir con el pensamiento el
pobre buque difunto y la historia de esta agonía de
que fueron las aves goletas los únicos testigos. Al-
gunos detalles que me chocaron, el capitán con uni-
forme de gala, la estola del capellán, los veinte
C A R T A S D E M I M O L I N O
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soldados de ingenieros, ayudáronme a adivinar to-
das las peripecias del drama... Veía zarpar de Tolón
la fragata, anochecido... Sale del puerto. Hay mar de
fondo y un viento terrible; pero el capitán es un va-
liente marino, y todo el mundo tiene tranquilidad a
bordo...
Al amanecer, levántase la bruma de mar. Co-
mienza a haber inquietud. Toda la tripulación está
sobre cubierta. El capitán no abandona la toldilla...
En el entrepuente, donde están metidos los solda-
dos, reina la obscuridad; la atmósfera está calurosa.
Algunos están enfermos, echados encima de sus
petates. El buque cabecea horriblemente; es imposi-
ble estar de pie. Hablan sentados en corrillos en el
suelo, abrazándose a los bancos; hay que gritar para
oírse. Algunos empiezan a tener miedo... ¡No es pa-
ra menos! Son frecuentes los naufragios en estos pa-
rajes; si no, que lo digan los «tiralíneas», y lo que
éstos cuentan no es para tranquilizar.
Sobre todo, su sargento primero, un parisiense
que siempre está de chunga, pone la carne de gallina
con sus chacotas:
-¡Un naufragio!... Pues, si lo más divertido es un
naufragio. Salimos del paso con un baño frío, y lue-
A L F O N S O D A U D E T
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go nos llevan a Bonifacio, a comer mirlos en casa
del patrón Lionetti.
Y los «tiralíneas» ríe que te reirás...
De pronto un crujido... ¿Qué es eso? ¿Qué pa-
sa?...
-El timón acaba de irse -dice un marinero cala-
do de agua, el cual atraviesa corriendo el entre-
puente.
-¡Buen viaje! -grita ese loco de sargento; pero
esto ya no hace reír a nadie.
Gran tumulto sobre el puente. La bruma impide
verse. Los marineros van y vienen horrorizados, a