Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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hermosa vajilla de loza; una estrofa para cada plato,
otros tantos poemitas de un trabajo sencillo y eru-
dito, acabados como una descripción de Teócrito.
Mientras que Mistral me recitaba sus versos en
aquella hermosa lengua provenzal, latina en, mas de
sus tres cuartas partes, hablada antaño por las reinas
y que hoy sólo comprenden los frailes, admiraba yo
en mi interior a ese hombre. Y recapacitando el es-
tado de ruina en que halló su lengua materna y lo
que con ella ha hecho, me figuraba uno de esos ve-
tustos palacios de los príncipes de Baux que se ven
en los Alpilles: sin techo, sin balaustradas en las es-
calinatas, sin vidrios en las ventanas, roto el trébol
de las ojivas, corroído por el moho el escudo de las
puertas; gallinas picoteando en el patio de honor,

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cerdos revolcándose bajo las esbeltas columnillas de
las galerías, el asno paciendo dentro de la capilla,
donde crece la hierba, las palomas acudiendo a be-
ber en las grandes pilas de agua bendita, colmadas,
de agua de lluvia, y por último, entre esos escom-
bros dos o tres familias de labriegos que han cons-
truido chozas a los lados del viejo palacio.
Y luego llega un día en que el hijo de uno de
esos campesinos préndase de esas grandes ruinas y
se indigna al verlas así profanadas; á toda prisa ex-
pulsa el ganado fuera del patio de honor, y viniendo
en su ayuda las hadas, por sí solo reconstruye la
monumental escalera, vuelve a poner tableros en las
paredes y vidrieras en los ventanajes, reedifica las
torres, vuelve a dorar la sala del trono y pone en pie
el vasto palacio de otros tiempos, donde se hospe-
daron papas y emperatrices.
Ese palacio restaurado es la lengua provenzal.
Ese hijo de labriego es Mistral.

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LAS NARANJAS

En París las naranjas tienen el triste aspecto dé

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