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envuelto en un albornoz negro.
Ese hombre se batió hace ocho días con una
pantera en el Zaccar. La pantera fue muerta, pero el
hombre sacó medio brazo devorado. Mañana y tar-
de acude a la oficina árabe para hacer que lo curen, y
siempre lo detienen en el patio para oírle contar su
historia. Habla con lentitud y con una hermosa voz
gutural. De vez en cuando entreabre el albornoz y
enseña, pegado al pecho, el brazo izquierdo en-
vuelto en trapos ensangrentados.
Apenas me veo en la calle, estalla tina violenta
tempestad. Lluvia, truenos, relámpagos, viento siro-
co... Pronto, a guarecernos. Me meto por una puerta,
C A R T A S D E M I M O L I N O
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al acaso, y caigo en medio de una camada de bohe-
mios, amontonados bajo los arcos de un patio mo-
risco. Ese patio forma una dependencia de la
mezquita de Milianah; es el refugio habitual de la
piojosería musulmana, y se llama el patio de los pobres.
Grandes y escuálidos lebreles, llenos de miseria,
se aproximan dando vueltas en torno mío con aire
amenazador. Pegado a uno de los pilares de la gale-
ría, trato de conservar buen continente, y sin hablar
con nadie, miro la lluvia que rebota en las losas de
colores del patio. Los bohemios están en el suelo,
tumbados en grupos. Cerca de mí, una mujer joven
y casi guapa, con la garganta y las piernas descu-
biertas, con grandes brazaletes de hierro en las mu-
ñecas y en los tobillos, canta un aire extraño, de tres
notas melancólicas y nasales. Al cantar da el pecho a
un niño pequeño enteramente desnudo, de color
broncíneo rojo, y con el brazo que le queda libre,
machaca cebada en un mortero de piedra. La lluvia,
impelida por un viento cruel, inunda a veces las
piernas de la madre y el cuerpo de su mamoncillo.
La bohemia no para mientes en ello y continúa
cantando con las rachas, a la vez que muele cebada y
da el pecho.
A L F O N S O D A U D E T