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tista de la República y el organizador de sus fiestas populares.
Dalassene aprovechó esta confesión para hablar de cosas
menos candentes.
H A C I A E L A B I S M O
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-A propósito de fiestas -dijo, -tendremos una muy pró-
ximamente, el 10 de agosto, en conmemoración de la caída
del tirano. Ahí tienes una buena ocasión para ejercer tu genio
creador.
El pintor oyó sin pestañear aquel elogio hiperbólico que
halagaba su vanidad y que consideraba legítimo, y respondió
con énfasis:
-He pensado ya en esa solemnidad y estoy soñando con
algo muy grande. En la plaza de la Bastilla se erigirá una es-
tatua monumental de la Naturaleza, a la que el pueblo y sus
representantes irán a rendir homenaje. A sus pies, sobre una
hoguera, se verán los atributos regios. De los senos de la es-
tatua brotará un agua simbólica. El presidente de la Conven-
ción se acercará a esa fuente sagrada con una copa en la
mano, y teniendo abrazado al más anciano de nuestros cole-
gas llenará la copa y beberán en ella los dos al ruido de los
cánticos, de las músicas y de las aclamaciones, acompañadas
de cañonazos, y al fulgor de las llamas que subirán de la ho-
guera.
Dalassene sonreía con expresión de burla.
-El presidente y el colega que le asista, resultarán ridícu-
los.
Belliere, picado en lo vivo, respondió con voz irritada:
-Ciudadano, no se es jamás ridículo cuando para impe-
dir las burlas y para castigarlas, está el tribunal revolucionario
y la guillotina. Puedes estar seguro de que nadie se reirá más
de lo que se haya reído en otras solemnidades.
-Se hubiera podido hacerlas menos teatrales.
E R N E S T O D A U D E T
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-Anda de ahí, escéptico -respondió Belliere recobrando
la calma. -Al pueblo es necesario hablarle a los ojos. Lo com-
prenderías mejor, Dalassene, si no tuvieras en la sangre algo
de tu pasado aristocrático. Si Robespierre te hubiera oído,
temblaría por ti.
Dalassene se encogió de hombros