Tartarín de Tarascón (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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Ni siquiera un perro, ni siquiera un borracho. ¡Nada!
   A veces una falsa alarma: ruido de pasos, voces ahogadas... "¡Alerta!", se decía Tartarín, y se quedaba clavado en el sitio, escrutando la sombra, husmeando como un lebrel y pegando el oído a la tierra, al modo indio... Los pasos se acercaban. Las voces se distinguían mejor... No había dudas, ellos llegaban... Ya estaban ellos allí, Y Tartarín, echando fuego por los ojos, con el pecho jadeante, recogíase en sí mismo, como un jaguar, y se disponía a dar el salto, lanzando su grito de guerra... pero, de pronto, del seno de la sombra salían amables voces tarasconesas que le llamaban tranquilamente:
   -¡Chico!... ¡Mira!... Si es Tartarín... ¡Adiós, Tartarín!
   ¡Maldición! Era el boticario Bezuquet con su familia, que acababa de cantar la suya en casa de los Costecalde.
   -Buenas noches -decía gruñendo Tartarín, furioso por su equivocación; y, huraño, con el bastón en alto, se hundía en la oscuridad.
   Al llegar a la calle del casino, el intrépido tarasconés esperaba otro poco más paseándose arriba y abajo delante de la puerta, antes de entrar... Por fin, cansado de esperarlos, y convencido de que ellos no se presentarían, echaba la última mirada de desafío a la sombra, y murmuraba encolerizado:
   -Nada!... ¡Nada! ¡Siempre nada!
   Y dicho esto, el hombre entraba a echar su partidita con el comandante.

VI. LOS DOS TARTARINES
   
  Con tanta rabia de aventuras, necesidad de emociones fuertes y locura de viajes y correrías por el quinto infierno, ¿cómo diantre se explicaba que Tartarín de Tarascón no hubiese salido jamás de Tarascón?
   Porque es un hecho. Hasta la edad de cuarenta y cinco años, el intrépido tarasconés no había dormido ni una noche fuera de su ciudad. Ni siquiera había emprendido el famoso viaje a Marsella con que todo buen provenzal se regala en cuanto es mayor de edad. A lo sumo, es posible que hubiese estado en Beaucaire, y eso que Beaucaire no cae muy lejos de Tarascón, puesto que sólo hay que atravesar el puente. Mas, por desgracia, aquel demonio de puente se lo ha llevado tantas veces un ventarrón, y es tan largo y tan frágil, y el Ródano tan ancho en aquel sitio, que... ¡vamos!, ya os haréis cargo... Tartarín de Tarascón prefería la tierra firme.
   Será necesario confesar que en nuestro héroe había dos naturalezas muy diferentes.

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