Los Cenci (Stendhal) Libros Clásicos

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¿No la ha­brían perdonado si, la primera vez que Francisco Cenci intentó el crimen, le hubieran apuñalado?
El papa Clemente VIII era benévolo y miseri­cordioso. Empezábamos a abrir la esperanza de que, un poco pesaroso del arrebato que le había he-cho interrumpir la defensa de los abogados, perdo­naría a quien había respondido a la fueron con la fuerza, no ciertamente en el momento del primer crimen, sino cuando se intentaba cometerlo de nue­vo. Toda Roma vivía en la ansiedad, cuando el papa recibió la noticia de la muerte violenta de la mar­quesa Constancia Santa Croce. Su hijo Pablo Santa Croce acababa de matar a puñaladas a esta dama, de sesenta años, porque no quería comprometerse a nombrarle heredero de todos sus bienes. El informe añadía que Santa Croce había huido y que no tenían esperanza de detenerle. El papa recordó el fratrici­dio de los Massini, cometido poco tiempo antes. Desolado por la frecuencia de estos asesinatos co­metidos por parientes próximos, su santidad pensó que no le era permitido perdonar. Al recibir este fatal informe sobre Santa Croce, el papa estaba en el palacio de Montecavallo, donde se encontraba el 6 de septiembre para estar a la mañana siguiente más cerca de la iglesia de Santa María de los Ángeles con el fin de consagrar en ella obispo a un cardenal ale­mán.
El viernes, a las cuatro de la tarde, mandó lla­mar a Ferrante Taverna27, gobernador de Roma, y le dijo estas mismas palabras:
-Nos te encomendamos el asunto de los Cenci para que hagas justicia sin aplazamiento alguno.
El gobernador volvió a su palacio muy impre­sionado por la orden que acababa de recibir; pro­nunció inmediatamente la sentencia ele muerte y
27 Después cardenal por una causa tan singular. (N. del manuscrito.)
reunió una congregación para deliberar sobre el modo de la ejecución.
La mañana del sábado, 11 de septiembre de 1599, los primeros señores de Roma, miembros de la hermandad de confortatori, se personaron en las dos prisiones, en Corte Savella, donde estaban Bea­triz y su madrastra, y en Tordinona, donde se en­contraban Santiago y Bernardo Cenci.

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