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La reina se estremeció al oír mencionar los dos nudos hechos en un pañuelo, sus pupilas se dilataron y cambió una mirada con su hermana.
-Tison -dijo Santerre-, tu hija es una ciudadana cuyo patriotismo nadie pone en duda; pero a partir de hoy no volverá a entrar en el Temple.
-Entonces, ¿sólo podré ver a mi hija cuando yo salga?
-Tú no saldrás.
-¡Que no saldré! Entonces presento mi dimisión.
-Ciudadano, obedece las órdenes del ayuntamiento y calla o lo pasarás mal. Quédate aquí y observa lo que sucede. Te prevengo que se te vigila. Y ahora, haz subir a tu mujer.
Tison obedeció sin replicar. Cuando llegó la mujer, el municipal le ordenó registrar a las prisioneras mientras ellos aguardaban en la habitación de al lado. Los hombres salieron y cuatro de ellos se quedaron junto a la puerta por si la reina se resistía.
-Querida señora Tison -dijo la reina-, crea...
Pero la mujer cortó sus palabras diciéndole que ella era la causa de todos los males del pueblo.
El registro comenzó por la reina a la que se encontró un pañuelo con tres nudos que parecía una respuesta a aquél del que había hablado Tison, un lápiz, un escapulario y lacre.
-¡Ah! -dijo la señora Tison-, ya lo sabía yo; ya les había dicho a los municipales que escribía, ¡la austriaca! El otro día encontré una gota de lacre en la arandela del candelabro.
-¡Oh!, señora -dijo la reina-, enseñe sólo el escapulario.
-¡Ah, sí, piedad para ti! ¿Es que se tiene piedad conmigo?... Se me quita a mi hija.
Las otras dos mujeres no tenían encima nada sospechoso. La señora Tison llamó a los municipales y les entregó los objetos encontrados a la reina, que pasaron de mano en mano y motivaron infinitas conjeturas; sobre todo el pañuelo con los tres nudos, que desató la imaginación de los perseguidores de la familia real.
-Ahora te leeremos el decreto de la Convención que ordena separarte de tu hijo. La Convención está demasiado preocupada con un niño cuyo cuidado le ha confiado la nación, para dejarlo en compañía de una madre tan depravada como tú.
Los ojos de la reina lanzaron chispas.
-Pero, ¡formulad una acusación al menos, tigres!
Entonces, uno de los municipales lanzó contra la reina una acusación infame, como la de Suetonio contra Agripina.