La Dama de las Camelias (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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Creyó haberse equivocado y volvió la cabeza.
Se alzó el telón.
He visto muchas veces a Marguerite en el teatro, pero nunca la he vis to prestar la menor atención a lo que

se representaba. Por lo que a mí respecta, tampoco me interesaba mucho el espectáculo, y sólo me ocupaba de ella, pero haciendo todos los esfuerzos que podía para que no se diera cuenta. Y así la vi intercambiar miradas con la persona que ocupaba el palco frontero al suyo; dirigí los ojos hacia aquel palco, y en él reconocí a una mujer con la que había tenido yo bastarite trato.
Aquella mujer era una antigua entretenida, que había intentado entrar en el teatro, que no lo había conseguido, y que, valiéndose de sus relaciones con las elegantes de París, se había dedicado al comercio y había puesto una sombrerería de señoras.
Vi en ella un medio de encontrarme con Marguerite, y aproveché un momento en que miraba hacia mi
lado para saludarla con la mano y con los ojos. Sucedió lo que había previsto: me llamó a su palco. Prudence Duvernoy ––que tal era el acertado nombre de–– la sombrerera–– era una de esas mujeres
gordas de cuarenta años, con las que no hace falta tener mucha diplomacia para que lo digan lo que quieres saber, sobre todo cuando lo que quieres saber es tan sencillo como lo que yo tenía que preguntarle. Aproveché un momento en que ella volvía a empezar su intercambio de señas con Marguerite para
decirle: ––¿A q uién está usted mirando de ese modo? ––A Marguerite Gautier. ––¿La conoce? ––Sí; soy su sombrerera, y ella es mi vecina. ––¿Entonces vive usted en la calle de Antin? ––En el número 7. La ventana de su cuarto de aseo da a la ventana del mío. ––Dicen que es una chica encantadora. ––¿No la conoce? ––No, pero me gustaría conocerla. ––¿Quiere que le diga que venga a nuestro palco? ––No, prefiero que me presente usted a ella. ––¿En su casa? ––Sí. ––Es más diñcil. ––¿Por qué? ––Porque es la protegida de un viejo d uque muy celoso. ––Protegida: es encantador. ––Sí, protegida ––prosiguió Prudence––. El pobre viejo se vería muy apurado para ser su amante. Prudence me contó entonces cómo Marguerite había conocido al duque en Bagnéres. ––¿Por eso está aquí sola? ––––continué.
Justamente.
––Pero ¿quién la acompañará?

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