Los miserables (Víctor Hugo) Libros Clásicos

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Y fue con ese pequeño capital, puesto al ser vicio de una idea ingeniosa, fecundada por el orden y la inteligencia, que hizo su fortuna y la de todo el pueblo.
A lo que parece, la tarde misma en que aquel personaje hacía oscuramente su entrada en aquel pequeño pueblo de M., a la caída de una tarde de diciembre, con un morral a la espalda y un palo de espino en la mano, acababa de estallar un violento incendio en la Municipalidad. El hombre se arrojó al fuego, y salvó, con peligro de su vida, a dos niños que después resultaron ser los del capitán de gendarmería. Esto hizo que no se pensase en pedirle el pasaporte. Desde entonces se supo su nombre. Se llamaba Magdalena.

II: El señor Magdalena
Era un hombre de unos cincuenta años, reconcentrado, meditabundo y bueno. Esto es todo lo que de él podía decirse.
Gracias a los rápidos progresos de aquella industria que había restaurado tan admirablemente, M. se había convertido en un considerable centro de negocios. Los beneficios del señor Magdalena eran tales que al segundo año pudo ya edificar una gran fábrica, en la cual instaló dos amplios talleres, uno para los hombres y otro para las mujeres. Allí podía presentarse todo el que tenía hambre, seguro de encontrar trabajo y pan. Sólo se les pedía a los hombres buena voluntad, a las mujeres costumbres puras, a todos probidad. Era en el único punto en que era intolerante.
Antes de su llegada, el pueblo entero languidecía. Ahora todo revivía en la vida sana del trabajo. No había más cesantía ni miseria.
En medio de esta actividad, de la cual era el eje, este hombre se enriquecía, pero, cosa extraña, parecía que no era ése su fin. Parecía que el señor Magdalena pensaba mucho en los demás y poco en sí mismo. En 1820 se le conocía una suma de seiscientos treinta mil francos colocada en la casa bancaria de Laffitte; pe ro antes de ahorrar estos seiscientos mil francos había gastado más de un millón para la aldea y para los pobres.
Como el hospital estaba mal dotado, había costeado diez camas más. Abrió una farmacia gratuita. En el barrio que habitaba no había más que una escuela, que ya se caía a pedazos; él construyó dos escuelas, una para niñas y otra para niños.

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