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¡Oh!, ¡cómo te llenarás de sonrojo si alguien ensalza tu cabellera, y exclamarás!: «Sólo aplaude los postizos que compré; no sé al presente qué mujer Sicambra alaba en mi persona, y, sin embargo, recuerdo que en otro tiempo estos elogios se dirigían a mí.» ¡Ah, desventurada!, apenas reprime las lágrimas, cúbrese el rostro con la mano, y el rubor colorea sus tersas mejillas. No cesa de contemplar sobre su regazo los antiguos cabellos, ¡ay de mí!, no merecedores de estar en el sitio que a la sazón ocupan. Oculta. el sentimiento que tu cara delata; el mal no es irreparable; bien pronto serás admirada con tu natural cabellera.
XV
¿Por qué, mordaz envidia, reprendes mi vida desidiosa y llamas a mis versos fruto de un ingenio sumido en la pereza? Aunque alienta con brío mi edad, no sigo las huellas de mis antepasados tras los laureles polvorientos de la guerra; no aprendo el lenguaje ampuloso de las leyes, ni prostituyo mi elocuencia en las luchas venales del foro. Los trabajos que me ofreces son mortales, y yo ansío una fama imperecedera que extienda mi celebridad por los siglos en la redondez del Universo. El cantor de Meonia vivirá mientras permanezcan en su asiento la isla Tenedos y el monte Ida, y el Símois lance al mar su rápida corriente. Vivirá el poeta de Ascra mientras la uva fermente en el mosto y la espiga de Ceres caiga al filo de la hoz encorvada; todo el mundo ensalzará siempre al hijo de Bato, más sobresaliente por el arte que por el ingenio; el coturno de Sófocles dominará siempre la escena, y Arato vivirá eterno, como el sol y la luna. En tanto que el esclavo sea falaz, el padre duro de condición, pérfida la alcahueta y fácil la meretriz, no perecerá Menandro. Ennio, poco conocedor del arte, y Accio, el de vigorosos alientos, han conquistado un nombre que desafía las injurias de los tiempos. ¿Quién olvidará a Varrón, el primer barco, y la áurea piel del Vellocino conquistado por el jefe Ausonio? Los versos de Lucrecio perecerán el día que perezca el orbe.