Los amores (Ovidio) Libros Clásicos

Página 25 de 83

ruina de la fama de la esposa. Créeme, ninguno oye con gusto semejantes acusaciones; si les presta atención, lo hace a su pesar; si no se indigna, pierdes la delación en sus oídos indiferentes, y si ama de veras, con tu oficiosidad ocasionas su desgracia. Aun la culpa manifiesta es difícil de probar, y la mujer se asegura con la benevolencia de su juez: aunque él mismo vea el delito, dará crédito a las negativas, condenará sus propios ojos, se reprenderá por sus sospechas, y al mirar las lágrimas de su esposa, las derramará también, gritando: «¡Este Chismoso me lo ha de pagar!» ¡Qué lucha tan desigual acometes! Al caer vencido, te espera una tanda de azotes, mientras ella se sentará sobre las rodillas de su juez. No maquinamos ningún crimen, no nos escondemos para componer brebajes venenosos, no fulminamos la espada desnuda en nuestra mano: sólo deseamos poder amar sin riesgo gracias a tu favor. ¿Puede haber cosa más inocente que nuestras súplicas?
III
¡Ay de mí!; tú, que no eres hembra ni varón, guardas a mi amada; tú, incapaz de conocer los placeres recíprocos de Venus. El primero que mutiló las partes genitales de un niño, debió padecer el mismo suplicio. Tú serías más complaciente y menos sordo a los ruegos, si antes te hubieses inflamado por alguna mujer. Tú no naciste para regir un caballo ni manejar las pesadas armas; tus débiles brazos no pueden sostener la lanza belicosa. Éstos son oficios varoniles y tienes que renunciar a los esfuerzos del varón. Obligado a seguir los pasos de tu señora, llénala de satisfacción con tus buenos servicios y aprovéchate de sus mercedes. Si llegas a perderla, ¿de qué servirás en el mundo ? Su linda cara y sus pocos años incitan al placer. La hermosura no debe marchitarse en torpe abandono. Por mucho que extremes tu vigilancia, sabrá engañarte con facilidad; siempre se realizan las aspiraciones de los amantes, y como es mejor partido acudir a las súplicas, te rogamos que nos favorezcas ahora que puedes prestarnos excelentes servicios.
IV
Yo no me atrevo a defender mis relajadas costumbres, ni a esgrimir las armas de la falsedad en pro de mis vicios: los confieso, si de algo aprovecha declarar las propias culpas; los confieso y sigo como un loco aferrado a mis extravíos: los odio, y aun deseándolo, no puedo ser otro del que soy.

Página 25 de 83
 

Paginas:
Grupo de Paginas:       

Compartir:



Diccionario: