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En verdad te digo que quisiera ser culpable del yerro que me atribuyes; al menos soportaría con entereza de ánimo el castigo merecido; mas ahora me recriminas sin motivo, y creyendo de mí todo lo que sospechas, tú misma destruyes los efectos de tu cólera injustificada. Contempla al asno de largas orejas y suerte miserable: no acelera los pasos por más golpes que lluevan sobre sus lomos. He aquí mi nuevo delito: Cipasis, tu hábil peinadora, es acusada de haberse revuelto conmigo en el lecho de su señora. Los dioses me preserven, si abrigo alguna vez intenciones pecaminosas, de entregarme a una mujer de condición despreciable. ¡Qué hombre libre querrá unirse con los lazos de Venus a una esclava y estrechar sus espaldas lívidas a fuerza de azotes! Añade que es la encargada del ornato de tus cabellos, y que debes excelentes servicios a sus diestras manos. ¿Había de solicitar a sierva tan fiel a tu persona? ¿Qué iba a conseguir sino una repulsa y una acusación? Te lo juro por Venus y el arco del niño volador, soy inocente del crimen que se me imputa.
VIII
Cipasis, tan entendida en dar mil formas a una cabellera, que merecías dirigir el tocador de las diosas, yo te conocí no menos versada en los hurtos deliciosos que dispuesta a servir a tu señora, y más dispuesta a condescender a mis ruegos. ¿Qué indicio dejamos escapar de la unión de nuestros cuerpos? ¿Cómo Corina sospechó tus noches placenteras? ¿Acaso me delató el rubor o se me escapó cualquier palabra indiscreta que denunciase nuestros ocultos deleites? Pues qué, ¿no sostuve que si alguien quería holgarse con una sirvienta era sin duda porque había perdido el seso? El héroe de Tesalia se inflamó por la cautiva Briseida, y una sacerdotisa de Febo vióse amada por el rey de Micenas. Yo no soy más grande que el nieto de Tántalo o el invencible Aquiles; lo que pudo convenir a los reyes, ¿será en mí un estigma de vergüenza? No obstante, cuando ella fijó en ti sus ojos hechos brasas, observé que toda la sangre se agolpaba a tus mejillas.