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finalmente el pueblo Romano dividido en treinta y cinco tribus, cuyo
número duró hasta el fin de la república.
De esta distincion en tribus urbanas y rústicas resultó un efecto
digno de ser notado, [154] porque no hay otro ejemplo igual, y porque á él
debió Roma tanto la conservacion de sus costumbres como el
engrandecimiento de su imperio. Nadie diria sino que las tribus urbanas se
arrogaron bien pronto el poder y los honores, y que no tardaron en
envilecer á las rústicas: pues sucedió todo lo contrario. Bien sabida es
la aficion de los primeros Romanos á la vida campestre; aficion que les
vino del sabio fundador de la república, que juntó los trabajos rústicos y
militares á la libertad, y desterró, digámoslo asi, á la ciudad las artes,
los oficios, la intriga, la fortuna y la esclavitud.
Asi pues, viviendo lo mas ilustre de Roma en el campo y cultivando
las tierras, se acostumbraron los Romanos á buscar alli solo el apoyo de
la república. Siendo este estado, el de los mas dignos patricios, fué
honrado por todos; fué preferida la vida sencilla y laboriosa de los
aldeanos á la vida ociosa y poltrona de los vecinos de Roma; y el que tal
vez no hubiera sido mas que un desdichado proletario en la ciudad, llegaba
á ser, trabajando la tierra, un ciudadano respetado. No sin motivo, decia
Varron, nuestros magnánimos mayores establecieron en el campo el semillero
de estos hombres robustos y valientes, que los defendian en tiempo de
guerra y los alimentaban en tiempo de paz. Plinio afirma que á las tribus
del campo se las honraba mucho á causa de los hombres que las componian;
mientras que los cobardes á quienes se queria envilecer eran transportados
por ignominia á las [155] de la ciudad. Habiendo ido á establecerse en
Roma el Sabino Apio Claudio, fué colmado de honores é inscrito en una
tribu rústica, que con el tiempo tomó el nombre de su familia.