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darse a sí mismo la preferencia. De esta manera se acaban las antiguas
controversias sobre la participación de los animales en la ley natural;
pues es claro que, hallándose privados de entendimiento y de libertad, no
pueden reconocer esta ley; más participando en cierto modo de nuestra
naturaleza por la sensibilidad de que se hallan dotados, hay que pensar
que también deben participar del derecho natural y que el hombre tiene
hacia ellos alguna especie de obligaciones. Parece ser, en efecto, que si
estoy obligado a no hacer ningún mal a mis semejantes, es menos por su
condición de ser razonable que por su cualidad de ser sensible, cualidad
que, siendo común al animal y al hombre, debe al menos darlo a aquél el
derecho de no ser maltratado inútilmente por éste.
Este mismo estudio del hombre original, de sus necesidades verdaderas
y de los principios fundamentales de sus deberes, es el único medio
adecuado que pueda emplearse para resolver esa muchedumbre de dificultades
que se presentan sobre el origen de la desigualdad moral, sobre los
verdaderos fundamentos del cuerpo político, sobre los derechos recíprocos
de sus miembros y sobre otras mil cuestiones parecidas, tan importantes
como mal aclaradas.
Considerando la sociedad humana con una mirada tranquila y
desinteresada, parece al principio presentar solamente la violencia de los
fuertes y la opresión de los débiles. El espíritu se subleva contra la
dureza de los unos o deplora la ceguedad de los otros; y como nada hay de
tan poca estabilidad entre los hombres como esas relaciones exteriores
llamadas debilidad o poderío, riqueza o pobreza, producidas más
frecuentemente por el azar que por la sabiduría, parecen las instituciones
humanas, a primera vista, fundadas sobre montones de arena movediza; sólo
examinándolas de cerca, después de haber apartado el polvo y la arena que
rodean el edificio, se advierte la base indestructible sobre que se alza y
apréndese a respetar sus fundamentos. Ahora bien; sin un serio estudio del