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de la propia naturaleza, comenzará, pues, por las funciones puramente
animales (16). Percibir y sentir será su primer estado, que le será común
con todos los animales; querer y no querer, desear y tener, serán las
primeras y casi las únicas operaciones de su alma, hasta que nuevas
circunstancias ocasionen en ella nuevos desenvolvimientos.
Digan lo que quieran los moralistas, el entendimiento humano debe
mucho a las pasiones, las cuales, según el común sentir, le deben mucho
también. Por su actividad se perfecciona nuestra razón; no queremos saber
sino porque deseamos gozar, y no puede concebirse por qué un hombre que
careciera de deseos y temores habría de tomarse la molestia de pensar. A
su vez, las pasiones se originan de nuestras necesidades, y su progreso,
de nuestros conocimientos, pues no se puede desear o tener las cosas sino
por las ideas que sobre ellas se tenga o por el nuevo impulso de la
naturaleza. El hombre salvaje, privado de toda suerte de conocimiento,
sólo experimenta las pasiones de esta última especie; sus deseos no pasan
de sus necesidades físicas (17); los únicos bienes que conoce en el mundo
son el alimento, una hembra y el reposo; los únicos males que teme son el
dolor y el hambre. Digo el dolor y no la muerte, pues el animal nunca
sabrá qué cosa es morir; el conocimiento de la muerte y de sus terrores es
una de las primeras adquisiciones hechas por el hombre al apartarse de su
condición animal.
Si fuera necesario, fácil me sería apoyar con hechos este sentimiento
y demostrar que en todas las naciones del mundo los progresos del espíritu
han sido precisamente proporcionados a las necesidades que los pueblos
habían recibido de la naturaleza o a las cuales les habían sometido las
circunstancias, y, por consiguiente, a las pasiones que los llevaban a
satisfacer esas necesidades. Mostraría las artes naciendo en Egipto y
extendiéndose con el desbordamiento del Nilo; seguiría su progreso entre