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Esa es fidelísimamente la historia de mi accidente. En pocos días la historia se expandió por París tan cambiada y desfigurada que era imposible reconocer nada en ella. Hubiera debido contar de principio con esta metamorfosis; pero se le unieron tantas circunstancias extrañas, tantos propósitos oscuros y reticencias la acompañaron, me hablaban de ella con un tono tan burlonamente discreto que todos aquellos misterios me inquietaron. Siempre he odiado las tinieblas, me inspiran de manera natural un horror que no han podido disminuir aquéllas con las que me han rodeado desde hace tantos años. De todas las peculiaridades de esta época sólo señalaré una, suficiente empero para juzgar las demás.
El señor Lenoir, teniente general de policía, con el jamás había tenido relación alguna, envió a su secretario a que se informara de mis nuevas y me hiciera apremian tes ofrecimientos de sus servicios que no me parecieron, a la sazón, de gran utilidad para mi alivio. El secretario no cejó de instarme muy vivamente a que aceptara aquellos ofrecimientos, diciéndome incluso que si no me fiaba de él podía escribir directamente al señor Lenoir. La gran solicitud y el tono de confidencia que empleó me hicieron comprender que debajo de todo aquello había un misterio que yo intentaba inútilmente penetrar. Por menos que hubiera asustado, sobre todo en el estado de agitación en que me habían puesto la mente el accidente y la fiebre que se le había unido. Me entregué a mil conjeturas inquietantes y tristes, e hice, sobre cuanto sucedía en mi derredor, comentarios que indicaban más el delirio de la fiebre que la sangre fría de un hombre que no toma ya interés por nada.
Otro suceso vino a terminar de turbar mi tranquilidad. La señora de Ormoy había estado buscándome desde hacía algunos años, sin que yo pudiera adivinar el porqué. Regalitos cariñosos, frecuentes visitas sin objeto y sin placer me apuntaban suficientemente un fin secreto en todo aquello, pero no me lo descubrían. Me había hablado de una novela que quería hacer para presentársela a la reina. Yo le había dicho lo que pensaba de las mujeres
Librodo
autoras. Me había dado a entender que el proyecto tenía como finalidad la recuperación de su fortuna, para lo cual tenía necesidad de protección; a esto no tenía yo nada que responder. Luego me dije que, al no haber podido tener acceso a la reina, había decidido dar su libro a la luz pública.