Sueños de un paseante solitario (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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Alcanzada esta edad y en cualquier situación que me hallase, estaba firmemente resuelto a no forcejear más para salirme de ella y a pasar el resto de mis días viviendo al día, sin ocuparme ya del porvenir. Llegado el momento, ejecuté el proyecto sin esfuerzo, y, aunque mi fortuna entonces pareciera querer tomar un asiento más fijo, renuncié a ella no sólo sin pesar, sino con un auténtico placer. Al librarme de todas las añagazas, de todas las vanas esperanzas, me entregué a la incuria y al reposo del espíritu que siempre constituyó mi gusto más dominante y mi inclinación más duradera. Abandoné el mundo y sus pompas, renuncié a todo adorno, no más espada, ni reloj, ni medias blancas, doradura o peinado; una simple peluca, un buen vestido grueso de paño, y mejor que todo eso, desarraigué de mi corazón las condiciones y envidias que dan precio a cuanto dejaba. Renuncié a la posición que entonces ocupaba, para la que en absoluto era propio, y me puse a copiar música a tanto la página, ocupación por la que siempre había tenido un gusto declarado.
No limité mi reforma a las cosas exteriores. Sentí que aquélla necesitaba además otra, más penosa sin duda, pero más necesaria, en las opiniones, y resuelto a no hacerlo de dos veces,
Librodo

me afané en someter mi interior a un examen severo que lo ordenara para el resto de mi vida tal como quería encontrarlo a mi muerte.
Una gran revolución que acababa de operarse en mí, otro mundo moral que se revelaba a mis ojos, los insensatos juicios de los hombres cuyo absurdo comenzaba yo a sentir, sin prever todavía en qué medida sería víctima suya, la necesidad más creciente de un bien distinto al de la vanagloria literaria cuyo vapor apenas me había alcanzado y ya estaba harto de ella, el deseo, en fin, de trazar para el resto de mi vida una vía menos incierta que aquélla en la que acababa de pasar la más hermosa mitad, todo me obligaba a esta gran revisión cuya necesidad sentía de hace tiempo. Así pues, la emprendí y no desprecié nada de cuanto de mí dependía para ejecutar bien tal empresa.
De esta época puedo datar mi total renuncia al mundo y este gusto vivo por la soledad que desde entonces ya no me ha abandonado. La obra que emprendía sólo podía ejecutarse en un retiro absoluto; pedía largas y apacibles meditaciones que el tumulto de la sociedad no consiente.

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