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Estaba inquieto, pero me complacía este tormento. Los aplausos, las excitaciones y las bromas me enardecían y animaban en sociedad; tenía arranques y agudezas, estaba completamente arrebatado de amor. Los dos a solas, yo hubiera estado tímido, lánguido y hasta fastidiado. Sin embargo, me interesaba tiernamente por ella; cuando estaba enferma, yo sufría; hubiera dado mi salud para conservar la suya, y advertid que ya sabía por experiencia qué cosa era la salud y qué cosa la enfermedad. Lejos de ella me perseguía su memoria, la echaba de menos; en su compañía sus halagos conmovían mi corazón; no mis sentidos. Nuestra familiaridad no era peligrosa, pues mi fantasía no apetecía más de lo que buenamente me era concedido: con todo, no habría podido resistir verla conceder otro tanto a nadie más. La quería como un hermano, pero estaba celoso como un amante.
De la señorita Goton lo habría estado como un turco, como un furioso, como un tigre, si hubiese siquiera imaginado que podía dispensar a otro el mismo favor que yo gozaba; porque aun era esto una gracia que debía implorar de rodillas. Presentábame a la señorita de Vulson lleno de placer, pero sin turbarme; mientras que tan sólo de ver a la señorita Goton, se me iba la cabeza, quedando todo mi ser desconcertado. Con la primera, tenía confianza sin familiaridades; en presencia de la segunda, estaba tan tembloroso como agitado hasta en los instantes de mayor familiaridad. Creo que si hubiese seguido con ella mucho tiempo, me habría muerto sin remedio, ahogado por mis palpitaciones. Temía igualmente disgustarlas, pero era más complaciente con una de ellas y más obediente con la otra. Por nada de este mundo habría querido incomodar a la señorita de Vulson; pero si la de Goton me hubiese ordenado que me arrojase al fuego, creo que inmediatamente la hubiera obedecido.
Duraron poco tiempo mis amores, o mejor, mis entrevistas con esta última, felizmente para ella y para mí; y aunque mis relaciones con la de Vulson no fuesen temibles, tuvieron un fin catastrófico, después de haberse prolongado poco tiempo más. Era fácil prever que el desenlace de todo esto tendría un carácter algo romántico dando lugar a lamentaciones. Aunque mi trato con la señorita de Vulson fuese menos animado, tenía quizá más atractivo: cada vez que nos separábamos hablan de derramarse lágrimas, y es notable el vado insoportable que en mi corazón quedaba después de haberla dejado.