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Tal vez igual de algunos literatos.
(Iriarte.)
Y otras, muchas cosas.
DUENDE.- Ya basta, don Ramón.
D. R.- Sí, señor; pero es preciso que usted responda a todo cuanto le dicen, ya que tiene razones para sostener su causa; ya le perdonan a usted como si...
DUENDE.- A eso del perdón, contaría yo el cuento del portugués que en un combate naval en que había perdido su partido contra los españoles, habiendo caído en el agua vencido, estaba a punto de ahogarse, cuando llegó a pasar cerca de él un bote lleno de españoles, y alzando la voz:
-Castellanos -gritó como pudo-, si me salváis de la muerte os perdono la vida.
De contestar me guardaré yo, tanto más cuanto que para responderme a mí han dado siempre en la herradura, y nunca en el clavo, de modo que el Duende está en pie, y a este propósito dejémosle ya, y conténtese usted con oír una fabulilla, que en caso de decir algo sería mi única respuesta:
Una mosca muy pesada
A cierta cabalgadura
Entre sus piernas segura,
Llevaba mortificada.
Toda es coces la cuitada;
Pero ella, cuando se enfosca,
Más pica si más se amosca.
¡Oh, cuántas bestias atroces
al aire sacuden coces
sin sacudirse la mosca!
El Duende Satírico del Día, 31 de diciembre de 1828.
© Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
La fonda nueva
Preciso es confesar que no es nuestra patria el país donde viven los hombres para comer: gracias, por el contrario, si se come para vivir: verdad es que no es éste el único punto en que manifestamos lo mal que nos queremos: no hay género de diversión que no nos falte; no hay especie de comodidad de que no carezcamos.
-¿Qué país es éste?- me decía no nace un mes un extranjero que vino a estudiar nuestras costumbres.
Es de advertir, en obsequio de la verdad, que era francés el extranjero, y que el francés es el hombre del mundo que menos concibe el monótono y sepulcral silencio de nuestra existencia española.
-Grandes carreras de caballos habrá aquí- me decía desde el amanecer-: no faltaremos.