El doncel de don Enrique (Mariano Jose de Larra) Libros Clásicos

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Este era el estado de las costumbres de la Europa, y por consiguiente de nuestra España, en la época a que nos referimos. En el año en que pasaba lo que vamos a contar, hacía ya trece que don Enrique III, dicho el Doliente, y nieto del famoso don Enrique el Bastardo, había subido a ocupar el trono, vacante por la desastrosa muerte de su padre don Juan I, ocurrida en Alcalá de Henares de caída de caballo. Y apenas habían bastado estos trece años para reparar los daños que por su menor edad había acarreado a Castilla desvalida.
El cisma duraba en la Iglesia desde la elección tumultuosa del arzobispo de Bari, llamado Urbano VI, ocurrida el año 1378, después de la muerte de Gregorio onceno. Habíanse reunido los cardenales en cónclave; pero sabedores acaso los romanos de que la corte de Francia trataba de influir en la elección de cardenal de Génova, ligado por parte de padre con los condes de Génova de la casa de Oliveros, y por parte de madre con los condes de Boloña, parientes de la casa real de Francia, se amotinaron, y precipitándose en el lugar del cónclave, después de forzar las cerraduras, según en nuestras leyendas se refiere, clamaron: ¡Error! No se encuentra el origen de la referencia., de cuya infracción notable y sacrílega, resultó la elección del arzobispo, que se coronó el día de Pascua de Resurrección. Varios cardenales, empero, refugiándose en el lugar de Anania, y después en Fundi, proclamaron la invalidez de la elección forzada, y amparados de la corte de Francia eligieron al cardenal de Génova, que tomó el nombre de Clemente VII, y estableció la silla de su iglesia en Aviñón. Urbano y Clemente habían enviado entrambos al rey de Castilla, a la sazón Enrique II, sus mensajeros, así como los había enviado, en apoyo del último, Carlos V, rey de Francia; la corte de Castilla permaneció por entonces indecisa hasta consultar en materia tan delicada a sus varones más famosos. Posteriormente, en el año 1381, el sucesor de don Enrique II, don Juan I, hallándose en Medina del Campo, y después de haber reunido y consultado a sus prelados, ricoshombres y doctores, se decidió por Roberto de Génova, negando la obediencia al intruso apostático Bartolomé, como le llama en la carta que con fecha de Salamanca le escribió a Clemente VII, prestándole homenaje como a único Papa verdadero.

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