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El doncel favorito de Enrique III ha llegado a darme este aviso, y no ha descansado desde Calatrava hasta Madrid. Es preciso ser gran maestre de Calatrava antes que nadie piense en pretenderlo.
-Tendrás, señor, por enemigo a don Luis Guzmán, sobrino del muerto.
-Despreciable enemigo; otro tengo más cerca, Ferrus, y más temible.
-¿Más temible y más cerca?
-Sí, más cerca y más temible. Soy casado.
-Cierto que es mal enemigo la mujer propia...
-El instituto de la orden exige voto de castidad.
-También es mal enemigo ese voto.
-Tregua a las chanzas, Ferrus. No es el enemigo el voto, ni en eso pudiera yo pararme. Pero ¿cómo combinar ese voto con mi estado?
-No serás el primero que se haya divorciado; yo te citaré ejemplos...
-Ninguno ignoro, y el paso ya le he dado, pero inútilmente; he levantado la caza y he perdido el rastro. La de Albornoz ha dado en el más raro desatino que se pudiera imaginar: ama a su marido y es constante.
-Con todo, es mujer.
-Desgraciadamente, como hay pocas.
-¿Es posible?
-Y sin embargo es preciso buscar un medio.
-Quedóse un momento pensativo el conde, como hombre que busca en su imaginación agotada algún arbitrio, o que espera en la inacción que la casualidad le presente alguna idea luminosa que él se siente desesperado ya de encontrar.
Ferrus discurría en tanto más de prisa, y aun un buen fisonomista, al ver sus ojos inciertamente fijos en el conde y sus labios moverse por sí solos maquinalmente hubiera conocido cuán importantes reflexiones ocupaban su cabeza, que era en realidad mejor y más firme de lo que a él le convenía aparentar. Bajo el velo de una lealtad ciega y de una estupidez atolondrada, ocultaban vastos planes, que sin duda hubiera llegado a realizar Si la educación ignorante que había recibido en la clase ínfima de la sociedad no le hubiera rodeado de preocupaciones y supersticiones vulgares que continuamente se atravesaban como obstáculos insuperables en el camino de su ambición. En una palabra, no era el malvado bastante impío para las exigencias de su ambición.