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Toda el agua está en mis ojos,
Autores de mi castigo.
Romance del rey Rodrigo.
Hacia otra parte del alcázar de Madrid, y en un aposento que a su llegada se había secretamente aderezado por las gentes de Villena, descansaba, reclinado en un modesto lecho, un caballero a quien no permitía cerrar los ojos al sueño un amargo pesar, de que eran claros indicios los hondos y frecuentes suspiros que del pecho lanzaba.
Algo apartado de él aderezaba una ballesta con aquel silencio de deferencia propio de un inferior, y a la luz de una mortecina lámpara que sobre una mesa ardía, aquel mismo Hernando que tan intempestivamente había distraído de la caza al conde de Cangas y Tineo, según en el primer capítulo de nuestra verídica historia dejamos referido.
A los pies de entrambos dormía un soberbio can, de la familia de los alanos, y su inquietud y sus sordos e interrumpidos ronquidos, único rumor que en medio del profundo silencio variaba la monotonía de los suspiros de su amo, daban lugar a sospechar que soñaba acaso hallarse en percusión de algún azorado jabalí en medio del monte enmarañado.
-Hernando -dijo por fin el angustiado caballero-, mañana habremos de madrugar para partir con el alba; recógete y descansa.
-¿Y tú, señor? ¿No tañerás de acogida? -respondió Hernando.
Debemos advertir para la más fácil inteligencia de nuestros diálogos sucesivos, que Hernando, hijo de un montero de don Juan I, y montero él mismo, sólo vivía en la caza y en el monte, y así pensaba él en hablar otro lenguaje que el de la montería como por los cerros de Ubeda. No conocía más amistad que la que con los venados del monte hacía tantos años tenía establecida, ni más amor que el de su fiel Brabonel -tal era el nombre del poderoso alano que a sus pies roncaba-, al cual distinguía de todos los demás perros que a la sazón en la corte de don Enrique tenían nota de valientes, no sólo por su constancia en seguir y acosar días y noches enteras a la res, sino también por el conocimiento extremado con que buscaba la osera y escatimaba el rastro y levantaba al oso donde quiera que estuviese escondido.