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-Mierda... -dijo.
La terminal comercial estaba cerrada a causa de alguna operación policial, y Tabitha acabó siendo desviada por un túnel larguísimo que terminaba en el recinto civil. La sala estaba atestada. Navegantes y pilotos de uniforme se abrían paso entre los enjambres de porteadores humanos y mecánicos. Evangelistas de ojos llameantes metían sus opúsculos con profecías sobre la Fusión Total inminente en las patas, abanicos y manos de los turistas que les contemplaban con mirada algo vidriosa. Los hologramas que anunciaban negocios locales, estaciones de la red y atracciones arqueológicas chillaban, canturreaban y giraban sobre sus sopores compitiendo unos con otros en un intento de llamar la atención del público. El jaleo era todavía más ensordecedor que de costumbre.
Lo cual era lógico, teniendo en cuenta que estaban en pleno carnaval.
La terminal de Tabitha sintonizó un canal ambiental y empezó a torturarla con el estridente sonsonete metálico de la música salsa. Tabitha hizo una mueca de irritación, se arrancó el audífono de un manotazo y dejó que colgara alrededor de su cuello. Si no se daba un poco de prisa jamás conseguiría llegar a la ciudad antes del mediodía. Cogió su bolsa de viaje, esquivó una plataforma cargada de maletas y bultos, se deslizó por entre un grupo de perks que estaban discutiendo a voz en grito y usó los codos para apartar a los dos altaceanos y al guía turístico con el que estaban intentando regatear. Colocó su bolsa delante del cuerpo y se fue abriendo camino por entre la multitud aprovechando al máximo la baja gravedad hasta que consiguió salir del recinto.
Hacía frío y el polvo estaba por todas partes. Los vientos del desierto transportaban torbellinos de arenilla que giraban locamente de un lado a otro. Niños flacos como palillos se lanzaban sobre la multitud que emergía del recinto ofreciendo sus servicios con ceñuda eficiencia. Tabitha Jute tiró del cuello de su vieja y maltrecha chaqueta metalizada y dejó atrás los puestos de baratijas y las tiendas para buscar un medio de transporte.
Las colas para coger un aerotaxi debían ser inmensas, y Tabitha optó por la acera móvil que llevaba al canal. Cuando llegó allí descubrió una cola casi tan larga como la que había intentado evitar, pero por fortuna la mayoría de turistas querían ir en un deslizador robotizado y Tabitha no podía permitirse ese lujo. Un golpe de suerte le permitió colarse delante de una familia de piel blanca que aún estaba embobada admirando el color del agua y lanzar su bolsa de viaje sobre la cubierta de la embarcación que acababa de llegar al atracadero.