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Acabó resiguiendo con un dedo la línea plateada casi invisible que indicaba el punto de la pared en el que habían borrado las pintadas hechas por algún ocupante anterior de la celda. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí dentro. Estar metida en una celda detenía el transcurrir del tiempo de forma tan efectiva como viajar por el espacio. Las paredes de cemento parecían inclinarse sobre ella como si fuesen muros de estrellas.
La puerta se abrió de repente.
Tabitha apoyó un codo en el catre y se incorporó.
Era un policía. No había forma de saber si era el que la había detenido u otro agente.
-Jute, Tabitha, capitana-dijo el policía.
Los datos desfilaron sobre su visor, se alteraron y acabaron inmovilizándose en una nueva configuración.
-Arriba dijo.
Tabitha no tenía muchas ganas de ir con él, pero le obedeció.
La sargento de recepción estaba pendiente de su terminal y parecía mucho más seria y eficiente que antes. Tabitha la miró y pensó que alguien debía estar escuchándola.
-Jute, Tabitha, capitana. Dirección actual, una nave atracada en el Puerto de Schiaparelli, Bergen Kobold, número de matrícula BGK009059.
-Sí -dijo Tabitha, aunque no se trataba de una pregunta.
-Agresión con agravantes, alteración del orden, provocar un disturbio público, degradar la armonía entre las especies, ídem de la ídem cívica, daños graves con alevosía, conducta imprudente... Doscientos cincuenta scutari - dijo la sargento de recepción con una gran sonrisa.
-¿Cuánto?
El importe de la multa ascendía al triple de lo que había imaginado que tendría que pagar.
-Dispones de veinticuatro horas para volver aquí con el dinero o hacer una teletransferencia.
-De acuerdo, de acuerdo.
-Si no lo haces, te quedarás sin nave.
La Cinta de Moebius se encuentra en la orilla sur del Gran Canal a un kilómetro escaso de la Arcada Barathe, entre la Iglesia de la Panspermia Dirigida y un restaurante especializado en crustáceos. Sus tiempos de esplendor ya han quedado atrás y se ha convertido en una de las atracciones favoritas de los visitantes menos sofisticados de Schiaparelli, quienes se complacen en imaginar que han encontrado un rincón de la ciudad que conserva el encanto histórico de los tiempos en que Schiaparelli formaba parte de la frontera salvaje en continua expansión. La verdad es mucho más prosaica. Los primeros propietarios del local -unos emigrantes de Europa que tenían muy buenas razones para prever el boom nostálgico que se produciría en el futuro; fueron lo bastante astutos para envejecer artificialmente la decoración en fibra de vidrio antes de instalarla.