Reconquistar Plenty (Colin Greenland) Libros Clásicos

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La ambulancia se perdía en las tinieblas de la medianoche y nadie volvía a saber de ellos. Algunos ingratos e irresponsables que disfrutaban esparciendo rumores intentaban implicar a los eladeldis en esas desapariciones, lo cual no tenía el más mínimo sentido. Los eladeldis nunca metían sus narices en algo que estuviese relacionado con la medicina, y todo el mundo lo sabía.
La falta de datos claros hacía proliferar las supersticiones. Oh, cómo proliferaban... Tabitha estado en muchos dormitorios o bares de estación, y había oído muchas conversaciones en las que alguien aseguraba que su nave había tomado una decisión por su cuenta y se había lanzado a seguir una ruta que no figuraba en los mapas, una ruta que aun así les había depositado en el destino fijado a la hora prevista y sin ninguna clase de contratiempos y que una vez investigada con posterioridad quedaba más que justificada porque había evitado un peligro o un retraso totalmente imposibles de prever. ¿Cuántas naves desarrollaban extrañas personalidades fantasma, poltergeists mecánicos en la sala de máquinas, voces que no habían poseído antes y que parecían haber surgido de la nada? Y, naturalmente, el fenómeno desaparecía tan bruscamente como había empezado en cuanto la nave volvía al espacio normal...
-Es tan cierto como que estoy sentada aquí contándotelo -había insistido en una ocasión Dodger Gillespie, quien nunca había sido propensa a las alucinaciones involuntarias o a los vuelos de la fantasía-. ¡Vi una oruga color azul eléctrico tan larga como mi brazo enroscada alrededor del reactor! Fui a coger el soldador y cuando volví la muy bastarda había desaparecido sin dejar rastro, y sólo encontré restos de una sustancia azul muy pegajosa esparcida encima de los remaches. Es tan cierto como que estoy sentada aquí -siguió diciendo mientras apuraba su pinta de cerveza-. Es tan cierto como que ahora te toca pagar una ronda, cariño.
Las semillas de esta nueva mitología del espacio habían sido sembradas en los días del Gran Paso Adelante por el mero hecho de que un inmenso número de razas alienígenas apareciera de repente y empezara a recorrer el sistema viajando en naves de tamaños y formas tan distintas como las de sus propietarios. Ahora ya estamos acostumbrados a ese tipo de cosas. Las diademas enjoyadas en continua rotación de los rigelianos, los modelos cuasiorgánicos de los frasques que recuerdan vagamente las formas de las colmenas y los capullos construidos por los insectos, y el Veloz Palerniano que no se parece en nada a lo que uno esperaría dado su nombre y que hace pensar en un montón de salchichas son el espectáculo de cada día, pero pensad en el asombro que debieron sentir los antepasados de la humanidad actual cuando tuvieron su primer vislumbre de la grandiosa arquitectura espacial de los eladeldis o contemplaron la aguja resplandeciente de un kilómetro de longitud de los omicron llegados de Vespa.

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