Cuesta abajo (Leopoldo Alas Clarín) Libros Clásicos

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Y entonces, después de correrse aquel triste velo oscuro de que hablé más arriba, fue cuando llegué a las lamentaciones que el pastor de Asia dirige a la luna, su compañera de inútil aburrimiento. Como en un pozo, volví a caer de cabeza en mi ordinaria congoja, volví al estado normal de aquella mi triste convale­cencia de alma; mas ahora caía en aquel marasmo desconsolado con un dogma poético, con una leyenda metafísica para mi aprensión nervio­sa: la fuerte cadena de toda una filosofía didascálica me amarraba al fondo de mi desesperación de adolescente enfermizo. Yo iba creyendo aquello que decía de la infinita vanidad de todo el poeta, como si fue­ran demostraciones matemáticas sus quejas: debía de parecerme a los discípulos entusiásticos y candorosos de aquella primera filosofía jóni­ca que era mitad poesía mitad fantasía reflexiva. Así como aquellos Ta­les, Anaximenes, Anaximandros, Heráclitos, etc., etc., decían que todo era agua, o todo era aire, o todo era fuego, el pastor de Leopardi y yo decíamos, como si lo viéramos, que todo era hastío. Encontrar el mun­do inútil a los diez y siete años es un gran dolor. Tal vez no se cura de este mal por completo nunca. Cuando muchos años después creí en la vida, y hasta fui a votar a los comicios, y cuidé mi hacienda, aunque poca, y hasta jugué algún albur en la banca de la suerte a la carta del progreso, y me decidí a escribir un programa de Estética, dividiéndolo, por supuesto, en parte general, especial y orgánica; todas estas cosas, y otras muchas por el estilo, las hice yo con un poco de comedia que pro­curaba ocultarme a mí mismo. Desde aquellas primeras tristezas serias de mi adolescencia, siempre que estoy contento me encuentro cierto aire de actor. Una voz secreta y melancólicamente burlona me dice: - ¡Ah, farsantuelo! -y otra voz también secreta, y tal vez más honda, me dice: -¡Haces bien, cómico! ¡Adelante!
Si estas memorias, o lo que sean (pues ya fuera de cátedra no creo apenas en los géneros), cayesen en manos de uno de esos literatos emi­nentemente romanistas, arianos, como dicen ahora algunos críticos ju­daizantes; en manos de uno de esos literatos que, ante todo, en toda clase de arte aman la arquitectura, y en el plan de toda obra ven como lo principal un plano; si tal aconteciera, digo, el tal literato notaría que ya había perdido el hilo lastimosamente, que todo me volvía digresio­nes e incoherencias.

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