Luis Pérez el gallego (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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hallar un homicida valeroso
en la casa del muerto
sagrado, amparo y puerto;
que, como no presume ni malicia
que esté allí, la justicia
no le busca; de suerte
que la vida le da a quien él dio muerte.
Así nosotros hoy, parando en esta
montaña, a los contrarios manifiesta,
no han de venir, aunque noticia tengan,
a buscarnos a ella; y, cuando vengan,
solos los dos podremos
hacernos fuertes, pues aquí tenemos
las espaldas seguras,
guardadas bien de aquestas peñas duras
y de estas ondas suaves
que se compiten en enojos graves
cuando, con igual brío,
río se finge el monte, monte el río,
siendo en varias espumas y colores
peñasco de cristal y mar de flores.
ISABEL: A los dos he escuchado,
corrida--¡vive Dios!--de haber mirado
el desprecio villano
con que los dos habéis dado por llano
que estáis solos los dos en la campaña.
Yo, hermano, estoy contigo,
y a imitarte me obligo,
siendo mi brazo fuerte
escándalo del tiempo y de la muerte.
JUANA: Yo vengo a ser aquí la más cobarde;
llegue mi queja, pues, aunque sea tarde,
que yo también me ofrezco
a matar y a morir.
LUIS: Yo os agradezco
el aliento atrevido,
aunque en las dos han sido
errados pareceres;
que las mujeres han de ser mujeres.
Nosotros dos bastamos
a defenderos. Con aquesto vamos,
Manuel, hasta el camino,
donde hallar el sustento determino.
Las dos [nos] esperad en este puesto.
ISABEL: Rogando al cielo que volváis tan presto
que ignore el pensamiento
si estuvisteis ausentes un momento.

Vanse ISABEL y doña JUANA


LUIS: Ya que en aquesta montaña
aseguradas se ven
hoy mi hermana y vuestra esposa,
no sin causa os aparté;
porque, ya que hemos quedado
los dos solos, [yo,] Manuel,
quiero en un negocio grave

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