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Don Manuel de Sosa, un hombre
(hijo del gobernador
Manuel de Sosa) por sí
de mucha resolución,
muy valiente, muy cortés,
bizano y cuerdo (que yo,
aunque le quite la vida,
no he de quitarle el honor),
de Violante enamorado
(que éste es el nombre que dio
ocasión a mi ventura
y a mi desdicha ocasión),
en Goa públicamente
era mi competidor.
Poco cuidado me daba
su amorosa pretensión;
porque siendo, como era,
el favorecido yo,
la pena del despreciado
hizo mi dicha mayor.
Un día, que el sol hermoso
saliera (¡pluguiera a Dios,
sepultara eterna noche
su continuo resplandor!),
salió con el sol Violante:
bastaba pedirle yo
que aun el uno no saliera,
para que salieran dos.
De criados rodeada
a la marina llegó
donde estaba mucha gente,
porque en aquella ocasión
había llegado una nave
al puerto, y su admiración
ido causa a aqueste concurso,
y a mi desdicha la dio.
Estábamos en un corro
de mucha gente los dos,
todos soldados y amigos,
cuando a la vista pasó
Violante. Iba tan airosa,
que allí ninguno dejó
de poner el alma en ella,
porque su planta veloz
era el móvil que llevaba
tras sí la imaginación.
Dijo un capitán: -¡Qué bella
mujer! -A quien respondió
don Manuel: -Y como tal
ha sido la condición.
-Será cruel. -No por eso
lo digo (le replicó),
sino por ver que ha escogido,
como hermosa, lo peor.-
Yo entonces dije: -Ninguno
sus favores mereció,
porque no hay quien los merezca;
y si hay alguno, soy yo.