A secreto agravio, secreta venganza (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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responde el último acento.
Quéjase, porque amar sabe,
una hiedra, si perdió
el duro escollo que amó;
y con acento suave
se queja una simple ave
del que la cogió a traición,
y en la dorada prisión
así aliviarse pretende,
que al fin la queja se entiende,
si se ignora la canción.
Quéjase el mar a la tierra,
cuando en lenguas de agua
toca los labios de opuesta roca.
Quéjase el fuego, si encierra
rayos, que al mundo hacen guerra:
¿qué mucho, pues, que mi aliento
se rinda al dolor violento,
si se quejan monte, piedra,
ave, flor, eco, sol, hiedra,
tronco, rayo, mar y viento?
SIRENA. Sí, mas ¿qué remedio así
consigues desesperada?
Don Luis muerto y tú casada,
¿qué pretendes?
DOÑA LEONOR. ¡Ay de mí!
Di, Sirena amiga, di,
don Luis muerto y muerta yo.
Pues si el cielo me forzó,
me verás en esta calma,
sin gusto, sin ser, sin alma,
muerta sí, casada no.
Lo que yo una vez amé,
lo que una vez aprendí,
podré perderlo, ¡ay de mí!,
olvidarlo no podré.
¿Olvido donde hubo fe?
Miente amor. ¿Cómo se hallara
burlada verdad tan clara?
Pues la que constante fuera,
no olvidará si quisiera,
no quisiera si olvidara.
¡Mira tú lo que sentí
cuando su muerte escuché,
pues forzada me casé
sólo por vengarme en mi!
Ya la vez última aquí
se despida mi dolor.
Hasta las aras, amor,
te acompañé; aquí te quedas,
por que atreverte no puedas
a las aras del honor.

Escena VI
MANRIQUE. -DOÑA LEONOR, SIRENA

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