La aventura de Peter el Negro (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Holmes miró por encima de su hombro y pasó las dos manos sobre el cuello del hombre.
-Con esto bastará -dijo.
Se oyó un chasquido de acero y un bramido como el de un toro furioso. Un instante después, Holmes y el marinero rodaban juntos por el suelo. Aquel hombre tenía la fuerza de un gigante, e incluso con las esposas que Holmes había cerrado tan hábilmente en torno a sus muñecas habría dominado con facilidad a mi amigo si Hopkins y yo no hubiéramos corrido en su ayuda. Sólo cuando apreté el frío cañón de mi revólver contra su sien comprendió al fin que su resistencia era inútil. Le atamos los tobillos con una cuerda y nos incorporamos jadeando por el esfuerzo de la pelea.
-La verdad es que tengo que pedirle disculpas, Hopkins -dijo Sherlock Holmes-. Me temo que los huevos revueltos se habrán quedado fríos. Sin embargo, estoy seguro de que saboreará mejor el resto de su desayuno pensando en que ha logrado resolver su caso de manera triunfal.
Stanley Hopkins estaba mudo de asombro.
-No sé que decir, señor Holmes -balbuceó por fin con el rostro enrojecido-. Me da la impresión de que he estado haciendo el ridículo de principio a fin. Ahora me doy cuenta de algo que nunca debí olvidar: que yo soy el alumno y usted el maestro. Aun ahora, veo lo que usted ha hecho, pero no sé cómo lo hizo ni lo que significa.
-Bien, bien -dijo Holmes de buen humor-. Todos aprendemos a fuerza de experiencia, y esta vez su lección es que nunca se debe perder de vista la alternativa. Estaba usted tan absorto en el joven Neligan que no tuvo tiempo para pensar en Patrick Cairns, el verdadero asesino de Peter Carey.
La ruda voz del marinero interrumpió nuestra conversación.
-Alto ahí, amigo -dijo-. No me quejo de la forma en que se me ha maltratado, pero me gustaría que llamaran a las cosas por su nombre. Dice usted que yo asesiné a Peter Carey; yo digo que maté a Peter Carey, que es algo muy distinto. A lo mejor no me creen ustedes. A lo mejor se piensan que les estoy colocando un cuento.
-Nada de eso -dijo Holmes-. Oigamos lo que tiene usted que decir.
-Se cuenta en pocas palabras, y por Dios que cada palabra es la pura verdad.

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