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Y en ella están incrustados esos objetos tan singulares.
Mientras hablaba sacó las dos orejas y, poniendo una tabla sobre sus rodillas, las examinó minuciosamente, mientras Lestrade y yo, inclinados hacia delante uno a cada lado de él, mirábamos alternativamente a esos espantosos restos y al rostro pensativo y anhelante de nuestro compañero. Por fin las devolvió otra vez a la caja y se sentó un rato, absorto en profunda meditación.
-Habrá observado usted, naturalmente -dijo por fin-, que las orejas no forman pareja.
-Sí, me he dado cuenta de eso. Pero si fuera una broma hecha por algunos estudiantes con acceso a las salas de disección, igual de fácil les habría sido enviar un par de orejas de una misma persona que dos orejas desparejadas.
-Exactamente. Pero no se trata de una broma.
-¿Está usted seguro de eso?
-La presunción en contra es muy sólida. En las salas de disección se inyecta a los cadáveres un fluido conservante. Estas orejas no muestran ni rastro de ese fluido. Son recientes además. Han sido cortadas con un instrumento embotado, lo que difícilmente habría ocurrido si lo hubiera hecho un estudiante. Además, a cualquier mentalidad médica se le habría ocurrido utilizar ácido fénico o alcohol rectificado como conservante y de ninguna
manera sal gruesa. Repito que este caso no se trata de una broma, sino que estamos investigando un grave crimen.
Un impreciso escalofrío me corrió por el cuerpo al escuchar las palabras de mi compañero y comprobar la sombría circunspección que había endurecido su semblante. Este brutal preliminar parecía anunciar la proximidad de algún extraño e inexplicable horror. Lestrade, sin embargo,, dio muestras de desaprobación como si no estuviera convencido del todo.
-Sin duda se pueden poner reparos a la hipótesis de la broma -dijo-, pero existen razones todavía más fuertes en contra de la otra teoría. Sabemos que esta mujer ha llevado una vida discreta y respetable en Penge y aquí durante los últimos veinte años. Apenas ha estado ausente de su casa un solo día en todo ese tiempo.
¿Por qué demonios, por tanto, iba a enviarle ningún criminal las pruebas de su delito, sobre todo si como parece, a menos que sea una consumada actriz, sabe tan poco como nosotros del asunto?
-Ese es el problema que tenemos que resolver -respondió Holmes-, y por lo que a mí se refiere, me pondré manos a la obra, con la presunción de que mi razonamiento es correcto y que se ha cometido un doble asesinato.