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-Ahí tiene su nombre -dijo-. No podrá arrestarlo hasta mañana por la noche como muy pronto. Preferiría que no mencionara usted mi nombre en relación con el caso, ya que deseo que no me asocien más que con aquellos crímenes cuya solución presente alguna dificultad. Vamos, Watson.
Se fueron a grandes zancadas hacia la estación, dejando a Lestrade mirando todavía con cara satisfecha la tarjeta que Holmes le había arrojado.
-Este es un caso -dijo Sherlock Holmes esa noche mientras charlábamos y nos fumábamos sendos cigarros en nuestras habitaciones de Baker Street- en el que, como en las investigaciones que usted ha descrito bajo los títulos Un estudio en escarlata» y El signo de los cuatro», nos hemos visto obligados a razonar al revés, de los efectos a las causas. Le he escrito a Lestrade pidiéndole que nos proporcione los detalles que aún nos faltan, los cuales sólo conseguirá cuando haya puesto a buen recaudo a su hombre. Sin temor a equivocarse se puede confiar en él, pues, aun careciendo por completo de raciocinio, en cuanto comprende qué es lo que tiene que hacer es tan tenaz como un bulldog, y esta tenacidad es realmente lo que le ha hecho ascender dentro de Scotland Yard.
-¿Entonces el caso no está concluido todavía? -pregunté.
-En sus puntos fundamentales lo está realmente. Sabemos quién es el autor del repugnante asunto, aunque una de las víctimas se nos escape todavía. Claro que usted también habrá sacado sus propias conclusiones.
-Supongo que el hombre del que usted sospecha es Jim Browner, camarero de uno de los barcos de Liverpool.
-¡Oh!, es más que una sospecha.
-Pues yo no aprecio nada salvo vagos indicios.
-Para mí, por el contrario, no puede estar más claro. Repasemos los principales pasos dados hasta ahora. Abordamos el caso, como usted recordará, con la mente completamente en blanco, lo cual es siempre una ventaja. No habíamos concebido teoría alguna. Nos habíamos limitado a observar y a sacar conclusiones a partir de nuestras observaciones. ¿Qué fue lo primero que vimos?
Una respetable y apacible dama, que parecía ajena a cualquier secreto, y un retrato que me reveló que ella tenía dos hermanas más jóvenes. Al instante se me ocurrió la idea de que la caja podía estar destinada a una de ellas. Deseché la idea hasta poder refutarla o confirmarla sin prisas.