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Querido Watson, si su cerebro se siente inclinado a encresparse, tome lecciones de Violeta de Merville. «Bien, señor -me dijo con una voz que se parecía al viento que sopla desde un témpano de hielo-;
lo conozco ya mucho de nombre. Según creo, ha venido usted a visitarme para denigrar a mi prometido, el barón Gruner. Le he recibido a usted únicamente por deseo expreso de mi padre, y le advierto por adelantado que nada de lo que pueda decirme ejercerá la más ligera impresión sobre mi voluntad.» Le ti ¡ve compasión, Watson. En aquel momento pensé en ella como habría pensado en una hija mía. Rara vez soy elocuente. Yo manejo mi cerebro, no mi corazón. Pero la verdad es que empleé con ella las frases más calurosas que fui capaz de encontrar en mi manera de ser. Le pinté la situación espantosa de la mujer que se despierta para conocer el verdadero carácter de un hombre después de que ya es su esposa; de una mujer que tiene que resignarse a ser acariciada por manos manchadas de sangre y labios de sanguijuela. No me olvidé de nada; de la vergüenza, del terror, de la angustia, de la irremediabilidad de todo ello. Mis frases conmovidas no consiguieron teñir con una sola pincelada de color aquellas mejillas de marfil, ni hacer que en sus ojos ensimismados brillase un solo destello de emoción. Recordé lo que aquel canalla me había dicho acerca de la influencia poshipnótica. Se hubiera dicho que la joven vivía por encima de lo terrenal en un sueño de éxtasis. «Míster Holmes -me dijo-, le he escuchado con paciencia. El efecto que ha producido en mi voluntad es exactamente el que yo le anuncié. Sé ya que Adelbert, mi prometido, ha llevado una vida tempestuosa y que en el transcurso de la misma ha despertado odios enconados y ha sido víctima de los más injustos ataques. Usted es el último de una serie de personas que ha expuesto ante mí sus calumnias. Quizá su intención sea buena, aunque me consta que es usted un agente a sueldo que actuaría de la misma manera a favor que en contra del barón. En todo caso, quiero que sepa de una vez y para siempre que yo le amo y que él me ama, y que la opinión del mundo entero no representa para mí cosa superior a los gorjeos de esos pájaros que hay en la parte de afuera de mi ventana.