Los planos de Bruce-Partington (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Watson, ya hemos terminado aquí. Lestrade, no necesitamos molestarle más. Creo que ahora nuestras pesquisas van a llevarnos a Woolwich.


Al llegar al Puente de Londres, Holmes escribió un telegrama para su hermano, y me lo dio a leer antes de entregarlo en la ventanilla. Decía así:
«Veo alguna luz en la oscuridad, pero es posible que se apague. Mientras tanto, envíame por un mensajero, que aguardará mi regreso en Baker Street, una lista completa de todos los espías extranjeros o agentes internacionales de cuya existencia en Inglaterra se tienen noticias, con la dirección completa de sus domicilios.
Sherlock»
-Esto debería sernos útil, Watson -contestó mientras ocupábamos nuestros asientos en el tren que pasaba por Woolwich -. Hemos contraído, desde luego, una deuda con mi hermano Mycroft por habernos hecho participar en este caso que promete ser verdaderamente extraordinario.
Su rostro anhelante seguía manifestando la energía intensa y la extrema tirantez, que me hacía comprender la existencia de algún detalle nuevo y sugestivo que había abierto una dirección estimulante a sus pensamientos. Fíjese el lector en el perro zorrero cuando pasa holgazán el tiempo alrededor de las perreras, con las orejas colgantes y el rabo caído, y compárelo con su actitud cuando, con ojos llameantes y músculos tensos, corre por la línea del husmillo que sube hasta la altura del pecho. Así era el cambio que se había efectuado en Holmes desde aquella mañana. Era un hombre distinto de aquel otro, lleno de flojedad y como inválido, que algunas horas antes había merodeado tan inquieto, vestido con su batín color arratonado, por la habitación rodeada de un cinturón de niebla.

-Aquí contamos con materiales. Aquí hay campo de acción. He dado pruebas de estar dormido al no haber caído en la cuenta de las posibilidades que encerraba el caso.

-Pues para mí son todavía un misterio.

-El misterio es para mí el final, pero he aferrado ya una idea que quizá nos lleve lejos. Ese hombre fue muerto en algún otro sitio y su cadáver estaba encima del techo de un coche del ferrocarril.

-¡Encima del techo!

-Extraordinario, ¿verdad? Pero medite usted en los hechos. ¿Se trata de una simple coincidencia el que haya sido encontrado en el lugar mismo en que el tren da saltos y balanceos al salir de una curva para entrar en las agujas? ¿No es precisamente ese lugar en que es probable que cayese a la vía cualquier objeto colocado encima del techo de un coche? Las agujas no influirían en ningún cuerpo que fuese dentro del tren.

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