La catacumba nueva (Arthur Conan Doyle) Libros Clásicos

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Dentro de la canastilla se amontonaba un revoltijo de cosas: baldosines con rótulos, inscripciones rotas, mosaicos agrietados, papiros desgarrados, herrumbrosos adornos de metal, que para el profano producían la sensación de haber sido sacados de un cajón de basura, pero en los que un especialista habría reconocido rápidamente la condición de únicos en su clase.
Aquel montón de objetos variados contenidos en la canastilla de mimbre proporcionaba precisamente uno de los eslabones que faltaban en la cadena del desenvolvimiento social y ya es sabido que los estudiosos sienten vivísimo interés por esa clase de eslabones perdidos. Quien los había traído era el alemán, y el inglés los contemplaba con ojos de hambriento.
Mientras Burger encendía con lentitud un cigarro, Kennedy prosiguió:
-Yo no quiero entretenerme en este hallazgo suyo, pero sí que me agradaría oírle hablar del mismo. Se trata, evidentemente, de un descubrimiento de máxima importancia. Estas inscripciones producirán sensación por toda Europa.
-¡Por cada uno de los objetos que hay aquí se encuentran allí millones! -dijo el alemán-. Abundan tanto, que darían materia para que una docena de sabios dedicasen toda su vida a su estudio, creándose una reputación tan sólida como el castillo de St. Angelo13.
Kennedy permaneció meditando, con la frente contraída y los dedos jugueteando en su largo y rubio bigote. Por último dijo:
-¡Burger, usted mismo se ha delatado! Esas palabras suyas sólo pueden referirse a una cosa. Usted ha descubierto una catacumba nueva.
-No he dudado ni por un momento de que usted llegaría a esa conclusión examinando estos objetos.
-Desde luego, parecían apuntar en ese sentido, pero sus últimas observaciones me dieron la certidumbre. No existe lugar, como no sea una catacumba; que pueda contener una reserva de reliquias tan enorme como la que usted describe.
-Así es. La cosa no tiene misterio. En efecto, he descubierto una catacumba nueva. -¿Dónde?
-Ése es mi secreto, querido Kennedy. Basta decir que su situación es tal, que no existe una probabilidad entre un millón de que alguien la descubra. Pertenece a una época distinta de todas las catacumbas conocidas y estuvo reservada a los enterramientos de cristianos de elevada condición; por eso los restos y las reliquias son completamente diferentes de todo lo que se conoce hasta ahora. Si yo no conociese su saber y su energía, no vacilaría, amigo mío, en contárselo todo bajo juramento de guardar secreto.

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