El mercader de Venecia (William Shakespeare) Libros Clásicos

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delante esta reminiscencia infantil porque se acuerda muy bien con la petición llena de candor
que voy a haceros. Os debo mucho, y, por faltas de mi juventud demasiado libre, lo que os
debo está perdido; pero si os place lanzar otra flecha en la dirección que habéis lanzado la
primera, como vigilaré su vuelo, no dudo que, o volveré a encontrar las dos, o, cuando menos,
podré restituiros la última aventurada, quedando vuestro deudor agradecido por la primera.
ANTONIO.- Me conocéis bien, y, por tanto, perdéis vuestro tiempo conmigo en circunloquios.
Me hacéis incontestablemente más daño poniendo en duda la absoluta sinceridad de mi
afecto, que si hubieseis dilapidado mi fortuna entera. Decidme, pues, simplemente lo que
debo hacer, lo que puedo hacer por vos, según vuestro criterio, que estoy dispuesto a
realizarlo; por consiguiente, hablad.
BASSANIO.- Hay en Belmont una rica heredera; es bella, y más bella aún de lo que esta palabra
expresa, por sus maravillosas virtudes. Varias veces he recibido de sus ojos encantadores
mensajes sin palabras. Su nombre es Porcia. No cede en nada a la hija de Catón, la Porcia de
Bruto. Y el vasto mundo tampoco ignora lo que vale; porque los cuatro vientos le llevan de
todos los confines pretendientes de renombre. Sus rizos color de sol caen sobre sus sienes
como un vellocino de oro, lo que hace de su castillo de Belmont un golfo de Colcos, donde una
multitud de jasones desembarcan para conquistarla. ¡Oh, Antonio mío! Si tuviese siquiera los
medios de sostenerme contra uno de ellos en calidad de rival, algo me hace presagiar que
defendería tan bien mi causa, que incuestionablemente resultaría vencedor.
ANTONIO.- Sabes que toda mi fortuna está en el mar y que no tengo ni dinero ni proporciones
de levantar por el momento la suma que te sería necesaria. En consecuencia, inquiere;
averigua el alcance de mi crédito en Venecia; estoy dispuesto a agotar hasta la última moneda
para proveerte de los recursos que te permitan ir a Belmont, morada de la bella Porcia. Ve sin
tardanza a enterarte dónde se puede encontrar dinero; haré lo mismo por mi lado, y no dudo
que lo encuentre, sea por mi crédito, sea en consideración a mi persona. (Salen.)

Escena II

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