El mercader de Venecia (William Shakespeare) Libros Clásicos

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..; sí, fue el tercero...

ANTONIO.- ¿Y a cuento de qué viene ahora Jacob? ¿Prestaba a interés?
SHYLOCK.- No recibía interés, no recibía directamente interés, como decís. Pero fijaos bien lo
que hizo. Labán y él habían tomado el acuerdo de que todos los recentales3 listados y
moteados fueran para Jacob, en concepto de salario. Cuando al final del otoño los machos
ardorosos buscaban a las hembras y la obra de generación se efectuaba entre los lanudos
seres, el astuto pastor se proveía de algunas cortezas de árboles, y mientras verificaban el acto
de la reproducción las presentaba a las ovejas lascivas, que concebían en aquel momento, y en
la época de parir daban a luz corderos de diversos colores, que pasaban a poder de Jacob. Esta
era una manera de prosperar, y fue bendecida su ganancia, pues la ganancia es una bendición
cuando no se roba.
ANTONIO.- Eso era una especie de casualidad, señor, sobre la que Jacob aventuraba sus
servicios; una cosa que no estaba en sus manos obtener, sino que se hallaba regulada y
determinada por la mano de Dios. Pero esta historia, ¿se ha estampado jamás en la Escritura
para justificar la usura? ¿Vuestro oro y vuestra plata son ovejas y moruecos?
SHYLOCK.- No os lo puedo decir; les hago reproducirse todo lo posible; mas tomad buena nota
de lo que digo, señor.
ANTONIO.- Fijaos en esto, Bassanio: el demonio puede citar la Escritura para justificar sus
designios. Un alma perversa que apela a testimonios sagrados es como un bellaco de risueño
semblante, como una hermosa manzana de corazón podrido. ¡Oh, qué bello exterior puede
revestir la falsedad!
SHYLOCK.- Tres mil ducados es una suma bastante redonda. Tres meses de doce; veamos; el
interés...
ANTONIO.- Bueno, Shylock, ¿quedaremos obligados a vos?
SHYLOCK.- Signior Antonio, veces y veces, en el Rialto, me habéis maltratado a propósito de mi
dinero y de los intereses que le hago producir; sin embargo, he soportado ello con paciente
encogimiento de hombros, porque la resignación es la virtud característica de toda nuestra
raza. Me habéis llamado descreído, perro malhechor, y me habéis escupido sobre mi gabardina
de judío, todo por el uso que he hecho de lo que me pertenece. Muy bien; pero parece ser que

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