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La feligresía volvió a la vieja iglesita del tío Silas, colmándolos a él y su familia de cariño y amabilidades. Nada les parecía suficiente para testimoniarles su afecto. El tío Silas predicó los más intrincados y absurdos sermones que se hayan oído; tan embrollados que lo dejaban a uno turulato al extremo de que, aun en pleno día, resultaba difícil encontrar el camino para volver a casa. Pero la gente fingía tomarlos por los más claros; brillantes y elegantes que se habían pronunciado y los escuchaban llorando movidos por el amor y la piedad. Pero a mí, ¡Dios santo!, me volvían loco. Al poco tiempo el viejo recuperó la lucidez adquiriendo mayor cordura, lo cual no es poco elogio. De esa manera la familia volvió a vivir feliz como los pájaros y no hubo otra que demostrara más cariño y gratitud que ella por Tom Sawyer. Y hasta por mí, aunque yo no había hecho nada.
Y cuando llegaron los dos mil dólares, Tom me entregó la mitad. A nadie le comunicó esa desinteresada acción que tuvo conmigo, lo que no me sorprendió porque conocía muy bien su carácter.
FIN