Cyrano de Bergerac (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol) Libros Clásicos

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ya era harto inmensurable. De camino iba dejando a mi derecha y a mi
izquierda varias tierras como la nuestra, por cuyas esferas de actividad
me sentía atraído por poco que hacia ellas me acercase; pero el rápido
vuelo de mi caja sobrepujaba el vigor de esas atracciones.
Bordeé la Luna, que por entonces se había interpuesto entre el Sol y
la Tierra, y dejé a Venus a mi derecha. A propósito de esta estrella, la
astronomía antigua ha dicho tantas veces que los planetas son astros que
giran en torno de la Tierra, que la moderna no sabría dudar de ello. Con
todo, yo me permitiré observar que durante todo el tiempo en que Venus
apareció más acá del Sol, en torno al cual gira, yo siempre la vi
creciente; pero cuando acabó su giro observé que, a medida que se quedaba
detrás, sus cuernos se acercaron y su vientre negro se redoró. Pues esta
vicisitud de luces y de tinieblas viene a demostrar que los planetas como
la Luna y la Tierra son globos sin claridad propia y sólo capaces de
reflejar la que de prestado reciben.
Efectivamente, avanzando en mi ascensión, al observar a Mercurio pude
repetir la misma experiencia. También vi más tarde que todos los mundos
tienen otros pequeños mundos que giran en torno a ellos. Pensando después
en las causas de la construcción de este gran Universo, di en imaginar que
al desenmarañarse el Caos, luego que Dios hubo creado la materia, los
cuerpos de naturaleza semejante se reunieron por ese principio de amor
desconocido que, según vemos, acerca todas las cosas a las que les son
parejas. Partículas que estarían formadas de cierta manera parecida se
unieron y con ello se creó el aire. Otras que por su figura serían capaces
de tener un movimiento circular compondrían, reuniéndose, los globos que
se llaman astros, y que no sólo se habrán conglomerado con formas redondas

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